LAS CHARCHASUGAS[1]
Por: Hélard Fuentes Pastor
Aunque
muchos no coincidan, así llamaban los arequipeños a las libélulas. La mayor
prueba se encuentra en la versión consignada por Francisco Mostajo, que señala
lo siguiente: «me parece que este es simplemente un vocablo onomatopéyico por
el ruido que producen los élitros de la libélula en vuelo» anunciantes de una
visita, verbigracia, también aparece en algunas frases, cómo: «ser una
charchasuga y cuerpo de charchasuga, para apodar a una mujer esmirriada».
Para
Juan Guillermo Carpio Muñoz, aquella singular palabra evocaba tres escenarios:
1. Alude a un juego que consistía en anudar sus colas con un hilo y pasearlos
cómo sí se tratara de un «globo o grácil cometa»; 2. Nos habla del anunciador
de visitas; y 3. De la llegada de una carta. Referencia amplia y discutida, en
la medida que nuestro querido amigo agrupó en un solo término los simbolismos
de dos insectos diferentes.
Aquí
viene la confusión. Resulta que en el orden de las ‘odonatas’ se encuentran dos
especies, quizás idénticas para el recuerdo, pero con características
biológicas diferentes: las ‘libélulas’ o ‘anisópteros’ y los ‘caballitos del
diablo’ o ‘zigópteros’. Sí hacemos un poco de memoria, recordaremos que los
primeros son de gran tamaño con ojos que ocupan toda la cabeza, alas anchas, de
vuelo potente y elevado que, normalmente, abundan en las chacras y, de vez en
cuando, se aproximan a la ‘urbe’.
Los
otros, por el contrario, son bien pequeños, con sus ojos al costado de la
cabeza y un vuelo débil, bajo y circundante entre las plantas y flores del
jardín, la huerta o el arroyo, que es su hábitat, lo que también facilita su
captura. Asimismo, en reposo, distan entre sí, las libélulas descansan sus alas
en posición horizontal y los caballitos del diablo de forma vertical. Además,
los primeros son más ruidosos (afirmación de Mostajo) y los segundos no.
Por
obvias razones, a quienes atábamos de la cola para jugar eran los ‘caballitos
del diablo’. Yo, particularmente, los recuerdo en Camaná con el nombre popular de
‘chuchulentos’ dada sus características. Mientras los gigantes, o sea, las
libélulas, en la superstición anunciaban visitas, noticias o la llegada de una
carta, por ese motivo estoy informado de otros nombres populares: ‘cartero’,
‘helicóptero’ o ‘mensajero’, por supuesto, de acuerdo al país y la localidad.
Ahora,
Mario Muñiz Ortega (2014), conocedor de la historia de la aviación, sostiene
que a los primeros ‘helicópteros’ en varios lugares del Perú se les llamó:
‘charchasúa’, ‘cachicachi’ y ‘chinchilejo’, guardando relación con el singular
insecto. No obstante, el origen de la palabra ‘charchasuga’ sigue en debate.
Ugarte
creía que era un derivado de ‘chuc-cha-kuta´. Mostajo desestimaba esa
posibilidad y se concentraba en el ruido que emiten. Otros emplean la variante
de ‘charchasúa’. Y se desprende del diccionario quechua de César Guardia
Mayorga, el significado de ‘charcha’ como: ‘muy flaco, desmembrado o
raquítico’. En consecuencia, podemos asumir que está referido a la ‘libélula’,
por ende, a su creencia popular, más no al ‘caballito del diablo’ y el juego
que ha inspirado; a no ser que, en algún momento, producto de una confusión, se
haya generalizado la expresión para ambos, cosa que dudo salvo los
arequipeñismos de Juan Guillermo.
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