VOCES DE LA IDENTIDAD: LOS SÍMBOLOS DE LA AREQUIPEÑIDAD EN LA POESÍA LOCAL DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX
VOCES DE LA IDENTIDAD: LOS SÍMBOLOS DE LA AREQUIPEÑIDAD EN LA POESÍA LOCAL DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX[1]
Por: Hélard Fuentes Pastor
Arequipa, blanca
ciudad…
la gloriosa, la
infatigable en heroicidad.
Escuchando las llamaradas
de tus campanas,
un día de estos, me
rompí el corazón a fogonazos
y aprendí a amasar
balas con el sol de tus mañanas.
Se siente olor a
mujeres y a manzanas en tus barricadas,
y por eso con
ellas, nosotros, queremos procrear nuevos seres.
J. Alberto Cuentas
De:
Arequipa (Noticias, 1959).
Hay quienes afirman que la poesía arequipeña no tiene
definición propia, que no existe un sustento que fundamente su destino y que
carece de un rostro literario frente a la producción poética de otras latitudes.
Estas afirmaciones se basan en el conocimiento de la poesía local que parte de
las últimas tres décadas de la segunda mitad del siglo XX en Arequipa, donde
encontramos una interesante industria del verso que supera el esfuerzo de
nuestros narradores pero que aún no consigue sentar bases sólidas en su
expresión retórica.
No obstante, las creaciones literarias de la primera
mitad del siglo XX, ofrecen la posibilidad de reencontrarnos con interesantes
palpitaciones poéticas en torno a la formación de una identidad arequipeña, lo
que no solo permite identificar a una generación literaria, sino caracterizar a
la poesía citadina dentro de la Teoría Mestiza de Arequipa, que parte de las
visiones históricas de Francisco Mostajo Miranda, cuando sostuvo que nuestra
ciudad es «Crisol del Mestizaje», y, actualmente, razona sus fundamentos el
historiador Eusebio Quiroz Paz Soldán. Por otra parte, vale reconocer que la identidad de los pueblos
americanos es Indomestiza, que reconoce la confluencia de la cultura europea
y andina, somos resultado de dicho encuentro (españoles e indios), y, además,
destaca nuestras raíces autóctonas por sobre dicho mestizaje que en algunas
provincias latinoamericanas tuvo mayor pujanza.
Independientemente de dichas teorías que se sustentan con
la Historia, en estos párrafos procuramos aproximarnos a la «poesía arequipeña»
y sus rasgos definitorios durante la primera mitad del siglo XX y la década del
60. Periodo que resulta cronológicamente válido, pues en este tiempo se
asentaron académicamente los estudios sobre nuestra identidad local, insistimos
en la necesidad de diferenciarnos del resto del país y, rescatamos y creamos
símbolos que reafirmen dicha valoración. Aquellos valores se forjaron desde la
presencia hispana; pero somos conscientes de ello, es decir, los hacemos
inherentes y congénitos a nuestros límites geográficos, después de la
Independencia Peruana, con los historiadores, escritores e intelectuales del
siglo XIX.
Nuestra delimitación temporal, sociológica y
antropológicamente, es válida; porque estamos remitiéndonos a un momento
en nuestra historia donde aún se mantienen las raíces arequipeñas, coexiste el
tradicionalismo en sus pobladores, y, no pierden actualidad los usos y
costumbres que tienen raigambre desde el siglo XVI y XVII, tal es el caso de la
religiosidad, de las instituciones populares (chichería y la picantería), entre
otros aspectos. Y, literariamente, es acertado, pues muchos de estos
elementos que sostienen la «arequipeñidad» cobran inusitada importancia en la
literatura y la actividad artística de la localidad, que nos conduce a
demostrar que los símbolos de la arequipeñidad orientaron y definieron a la
«poesía arequipeña», cuyo máximo exponente es Mariano Melgar Valdivieso,
otro ícono que alimentó el sentimiento de pertenencia e identidad en la
mentalidad colectiva de Arequipa con el romanticismo iniciado por él y los
yaravíes que compuso.
Los símbolos son parte de nuestra naturaleza; evidencian
la búsqueda incesante del origen; procuran explicarnos ¿qué somos? partiendo de
una idea, un objeto o una forma explícita como un signo, o, a veces, insondable
y amplia en sus interpretaciones. Los símbolos se diferencian de los signos,
precisamente por su complejidad mística, profundidad espiritual y carga emotiva.
En tal sentido, los símbolos de la arequipeñidad están profundamente
relacionados al pasado histórico, a las generaciones y a la necesidad humana de
recordar, evocar, repasar quiénes somos y, luego, proyectarnos al presente. Hay
símbolos que son objetos, como: los volcanes Chachani, Misti y
Pichu Pichu, o, el Río Chili, ambos de disposición natural, en otros interviene
el hombre, tal es el caso del sombrero, el sillar o la picantería. También
existen símbolos que parten de las ideas colectivas, como:
el catolicismo arequipeño o el carácter revolucionario del cual nos jactamos en
todo el sur peruano; y no faltan aquellos símbolos que parten del sujeto,
es decir, de las calidades y cualidades de sus pobladores, por ejemplo: la
Virgen de Chapi, Sor Ana de los Ángeles, Mariano Melgar, etcétera.
Aquellos elementos aparecen en la producción poética del
siglo XIX; sin embargo, son notorios en gran parte de la siguiente centuria, lo
que permite que la «poesía arequipeña» se caracterice por el uso de un lenguaje
popular, la muestra de símbolos arequipeños, el empleo de expresiones locales y
que sus versistas inspirados en la cuna que los vio nacer o crecer coincidan en
edificar y valorar la identidad de la Ciudad Blanca, proyecciones que se
compartían como comunidad y/o colectivo.
De este modo, muchos de los poemas escritos en este
periodo guardaban estrecha relación con los procesos socioculturales de la
localidad. Hubo poemas que se reprodujeron en los diarios, recordándonos a
nuestra patrona, la Virgen de Chapi, históricamente conocida como la Virgen de
la Asunta o Virgen de la Asunción y que en los documentos es la Virgen de
Agosto. El diario El Deber editó un poema –que iba acorde con su
política editorial– titulado La Asunción del poeta arequipeño Abel de
la E. Delgado y que nos dice en uno de sus párrafos: «Con nueva luz
resplandece /El tronco de Dios excelso, /Se escuchan las alabanzas /Del
angelical concierto; /Y, tres veces coronada /Como hija del padre eterno /Madre
del Hijo, y Esposa, /Del Espíritu Supremo, /Reina de cielos y tierra, /Vida y
luz del universo, /Llena de gloria infinita, /Sabe la Virgen del cielo»
(14/08/1891). No es el único que dedica un poema a la virgen arequipeña, Aurelio
García González, escribió numerosos versos bajo el mismo título que emplea
Delgado, y cuyo párrafo más cálido podemos apreciar a continuación: «Y al
verla al cielo subir /los célicos moradores, /dejan sus tronos de flores /por
salirla á recibir» (El Deber, 13/08/1892). Nos reafirmamos en sostener que
la virgen es uno de los símbolos de mayor arraigo para nuestra localidad,
porque el anónimo T. A. también le dedica versos en 1931, A la Virgen
de la Asunción: «Hoy que triunfante y dichosa /hacia la gloria te vas:
/hoy que, cual alba tranquila, /alumbras la inmensidad /con los puros
resplandores /de tu hermosísima faz: /hoy que abre ante ti sus puertas /¿? la
eternidad /¿? amor de más amores /mi estrella, mi dulce imán: /¿Cuántos podrá
el alma mía /por esta senda pasar?» (El Deber, 15/08/1931).
La Plaza de Armas de nuestra ciudad es otro pendón de
nuestra identidad, espacio que sirve de inspiración para los versos que dedicó
el poeta Carlos Forga Selinger y que en un párrafo nos dice: «En
torno a la fuente primorosa /dan fresca sombra innúmeras palmeras /a cuyos pies
el cáctus y la rosa /levantan sus corolas altaneras» (El Deber,
15/08/1932). El mismo autor, ha escrito un poema al volcán: «¡Chachani
gigantesco! Me complace /contemplar en la nieve de la cumbre, /antes que salga
el ¿? la roja lumbre /del día que en las cúspides renace. //Más que eso aún me
inspira y satisface /ver el iris de mágica ¿? /que corona tu cien de piedra¿?
/de la alta gloria de los incas yace…» (El Deber, 15/08/1932) y otro al
Misti, como apreciamos en los versos: «En tu cúspide, trono de nieve
radiosa, /a los cielos levanta los brazos tu cruz /y en tu seno, lo mismo que
en mi alma ardorosa /brilla un mar insondable de fuego y de luz» (El Deber,
15/08/1934). Su poesía de corte romántico publicada también en otros medios de
prensa escrita de la localidad, comparten la visión de sus contemporáneos al
educar a través del verso, evocando a la arequipeñidad, al sentimiento de
pertenencia que, evidentemente, era enriquecido por sus principales estudiosos.
Los poemas que giran en torno a la arequipeñidad van desde
un Brindis para conmemorar la fundación de la ciudad, como aquel que
escribió A. Ballón Landa (El Deber, 15/08/1932), hasta aquellas
creaciones que refieren en su conjunto a las características de la ciudad, como
Una aldeana radiante es también Arequipa (El Deber, 15/08/1941) y Arequipa
(El Deber, 15/08/1938) de la prolífica intelectual Hortensia Málaga de
Cornejo Bouroncle, y cuyos versos reafirman su amor por su tierra natal. Arequipa
como título, es muy común otros autores, como Alfredo Bernal Murillo,
que, bajo el mismo enunciado, escribió un poema dedicado al ex alcalde de la
ciudad, Julio Ernesto Portugal: «Cuatro siglos han pasado en tu vida /y te
he visto gallarda y ¿? /Arequipa ciudad privilegiada…». Siguen los elogios
a la ciudad mistiana.
El genial poeta arequipeño César A. Rodríguez Olcay
es autor del recordado poema Canto a Arequipa, publicado en el libro Arequipa,
su pasado, presente y futuro que editó en 1964, la señora Adela Pardo
Gámez. En estos numerosos versos que preceden lo contenido en la guía ilustrada
de la ciudad, Atahualpa nos habla de la campiña arequipeña, el uso del sillar,
de los volcanes, el carácter revolucionario de sus pobladores, de la Academia
Lauretana y de varios personajes ilustres que protagonizaron los procesos históricos
a nivel nacional como Javier Luna Pizarro, el Deán Juan Gualberto Valdivia,
etcétera. Uno de los fragmentos más llamativos de la composición es: «Partido
en dos está el inmenso valle por inmenso escalofrío /que le produjo hace tiempo
la puñada del río… /El Chachani de anchas faldas y el Misti de belfos rotos
/guardan cautelosamente los futuros terremotos» (1964: 14). Los volcanes
tutelares también aparecen en la composición de Nila Meza, titulada: Oración
del Otoño, que invoca a los majestuosos protectores de nuestro valle: «El
Misti, el Chachani y el Pichu Pichu, /Las testas de blanco cendal coronadas,
/La campiña de blancos nichos sembradas, /Por amoroso y verde mar inundadas.
/En rumorosa trilla anhelante, /El agricultor contempla el atajo jadeante, /Que
el peón con maestría hostiga, /Desprendiendo el grano de la rubia espiga.
/Incendiase el campo en arreboles, /En el follaje canta el ruiseñor, /Mugen los
bueyes en la ramada, /Y huele a tomillo la ropa recién lavada /Prepara el gañan
la yunta y el arado, /Ladra alegre el perro en la puerta, /Montando en gran
caballo alazán, /El patrón para el trabajo se alerta (…)» (Noticias,
15-05-1955).
Del mismo modo, algunos autores escribieron en memoria de
los personajes emblema de los procesos históricos de Arequipa, uno de los
primeros poemas que manifiesta aquel contenido de contemplación y
reconocimiento, es el poema que dedicó el ilustre José María Corbacho y
Abril al obispo José Sebastián de Goyeneche y Barreda, y que vale
transcribir algunos párrafos por tratarse de un texto inédito: «YLTMO. SEÑOR
//Segunda vez Señor, la musa mía /Hiere vuestra modestia: sois afable. /Y
permitid que os cante este día. //Sí: permitid, Prelado muy amable /Que, con
lenguaje grato a los Deidades /Ensalce vuestro nombre respetable. //Si pudiese
llevar vuestras bondades /A los remotos climas, y si el ruido /De mi canto
alcanzaré a otras edades. //¡Cuál será mi gozo! El pecho hendido /De gratitud
al bien que hoy habéis hecho /Pagará entonces lo que os he debido. //Más, si a
mi humilde voz este derecho /Negó el divino Apolo; amor me ordena /Que os haga
ver mi agradecimiento pecho. //Acabáis de aliviar la amargura pena /De un padre
de familia, de un Patricio /Que aunque fiel, arrastro dura cadena. //A su hijo
colocáis en beneficio /Aun a los más pudientes envidiable, /Y así premiáis sus
luces y su juicio. //¡Oh Goyeneche! Cuanto sois laudable! /¡Cuánto amor
inspiráis! Cuan merecido /tenéis el mando ¡Joven admirable! (...)»
(Noticias, 1954). Dicha poesía tenía un carácter integrador, sondable en la
idiosincrasia cultural del pueblo y los personajes que representan a la
sociedad, aquí se define la identificación como medio para la conquista de un
espacio poético, que sea propio, de condiciones y aficiones profundamente
tradicionales.
El poeta Renato Morales de Rivera con su Oda al
Deán Valdivia, en algunos párrafos nos dice: «Soldado estrafalario
/canto de la revolución; /paradójica línea divisoria /entre el audaz guerrero
legendario /y el compungido fraile inquisidor… Soberbio Agamenón /prudente
Ulises, Héctor fanfarrón: /hipotética, absurda trinidad, /hecha brazo, palabra
y corazón /y energía y acción y humanidad… //¡Oh Deán Valdivia! Tu Arequipa
vive /una hora, fatal, inusitada /bajo su cielo azul ya no revive, /no revive
la épica pasada /ni su temple de acero bien templado…» (Noticias, 1953). En
tanto, Belisario Calle (n. 1894), dedica su poema Nocturno, sonata y
fuga, a la memoria de Alfredo Barreda Landázuri, debido a su sensible
fallecimiento. He aquí el contenido de sus versos alentadores: «Cuántas
noches tu espíritu y el mío /ligados por sutil afinidad /entre las densas
cifras pitagóricas /encontramos la clave musical /del gento en las tormentas de
Beethoven /y en la elevada Mística del Bach //Cuántas noches tu espíritu y el
mío, /tendidos en la arena, junto al mar, /con la nostalgia de ignorado puerto
/al que un día debíamos tornar, /soñábamos mirando las estrellas /en el
enjambre de noche astral. //Cuántas noches tu espíritu y el mío, en la burguesa
paz de la de la ciudad, /temblaron de inquirir en el misterio /de una tragedia,
para nunca más… /solo, en mi humilde alcoba desolada, /después se oía amargo
sollozar. //Cuántas noches tu espíritu y el mío, /ebrios de arrobo vieron
azular /la luz del alba en las nevadas cumbres /iluminados por divino afán.
//Te fuiste, Alfredo, con la luz del alba /en un lampo de excelsa claridad»
(Noticias, 06/11/1953).
Y Alberto Hidalgo con su poema A Francisco
Mostajo, que recitamos en altísima voz: «Entre los grandes bardos del
nuevo continente /destacase la amable figura de Mostajo, /el luchador invicto
que al pueblo mío trajo /ideas que en antaño tenía ser ardiente. //Y con su
verbo libre, elocuente y galano /este maestro grande, al fin ha conseguido /que
el pueblo sus ideas ya le haya comprendido /de tal modo que no ha hecho su gran
esfuerzo en vano. //Su nombre está extendido por todas las naciones, /que
refulgentemente de América el sol baña /Impolutas cuartillas de hermosas mil
canciones. //Ha escrito el bardo ilustre ese maestro mío, /¡Ha protegido al
indio que vive en la cabaña, /expuesto a los tiranos a la lluvia y al
frío>> (Noticias, 1954). Hablando del caudillo arequipeño, Mostajo le
dedicó un poema a Federico Dunker que dice: <<Yo le vi pasar por la
calle mía, /los cabellos canos, la mirada seria; /su mirada adentro mirar
parecía, /adentro de su alma, no, a la materia.
//Yo le vi pasar. En su rostro había, /al porqué de artista la expresión
etérea /como un pensamiento de Filosofía /acerca del cosmos y humanal miseria.
//Yo le vi pasar y me preguntaba: /va escuchando música de armonía umbrosa? /va
urdiendo abstracta construcción de ideas? //Yo le vi pasar… Yo le contemplaba…
/No le vi ya un día… Pasó hasta la fosa… /¡Despreció del mundo glorias y
pedreas!» (Noticias, 1955).
Oscar Cano Torres, homenajeó
a nuestra tierra en un poema dedicado al músico Benigno Ballón Farfán, Romance
de niebla y Cielo, donde destaca las cualidades de su terruño: «(…) Horno
de lava roja /es el Titán del Misti /gran capitán de nubes, /pasmos de las
estrellas. //Con luz de luna llena /teclean bordones, /para viajes yaravíes /al
nido de las palomas. //De los blancos caen brindis, /de las ramas el susurro
/la Blanca Ciudad mide /el calor de su contento. //Eterno cielo azul, /junto el
volcán ondea, /en sus fauces esotéricas /se van cayendo luceros» (Noticias,
1955). Con Cano Torres, vale rescatar la producción de Mostajo, que premió el
Concejo Provincial en un concurso y algunos fragmentos de su poemario Historial
de la Ciudad Procera fueron publicados en el diario Noticias por el
aniversario de 1955, con el poema Canto Civil a la Columna Inmortales de
Julio C. Vizcarra, y dos días después del 15, encontramos los versos del
poeta Humberto Portillo, titulado Ari Quepay, y, que nos convoca a las
detallar nuestras raíces.
Otra línea temática desarrollada en la «poesía
arequipeña» de la primera mitad del siglo XX, es la recreación literaria de las
costumbres y tradiciones de Arequipa. Una de las más populares en este periodo
son las fiestas del carnaval, que inspiraron más de un centenar de versos
populares escritos por Manuel Gallegos Sanz y que recopilamos en el
libro Historia de las Fiestas del Carnaval en Arequipa (Texao Editores,
2016) o sus Cantares de Gesta (Noticias, 1955).
También, hay quienes con su saludo buscaban hermanar a
nuestras ciudades peruanas, así anotamos en los versos de Faustino Espinoza,
que escribió: Arequipa Coracc-Chascca Llacta y confirman las raíces de
nuestro país, pues el poema está editado en idioma quechua y español: «Pueblo
ilustre y grandioso /Te saludo con la alegría del corazón /Y la veneración que
mereces /A nombre de mi tierra el Cuzco /Al hallarme como un canto en tu vergel
/Bajo el calce del Padre SOL /Bendecido por Pacha-Camac /En las proximidades de
tu glorioso día. //Te brindo el agua de la vida /Para que bebas en el cáliz de
mi corazón /Y, en tu afecto vigoroso y fraterno /Recibe la corona de bríos /En
los regazos del Misti de cabeza plateada /Con el himno de las aves ¿? /Corona
el ideal de tus poetas /Fortalece a tus autoridades /Engrandeciéndonos con el
cetro de oro /El ropaje moral de tus secciones. //Reverdece regado por el oro y
la plata /Al rocío de la ¿? de copo de nieve /Hermanando con los pobladores del
Cuzco /Para llegar al beneplácito de la riqueza / y a la unión eternamente
respetable» (El Deber, 15/08/1940).
Estos son los numerosísimos versos que testimonian el
proceso de construcción de la identidad local, que acompañaron a los estudios
históricos sobre nuestra ciudad, y contribuyeron a través del lenguaje
connotativo a enriquecer este sentimiento de pertenencia que funda el orgullo
arequipeño. Desde un «Por todo… por todo, ¡Oh noble y leal Arequipa! /De
pie, yo te saludo» (Noticias, 1955), versos de Aurelio D. Valencia
Chirinos; hasta la Carta a Arequipa de Alberto Hidalgo, se
estructuraron los símbolos de arequipeñidad y los poetas fueron protagonistas
principales de este proceso. Escritores como Jorge Bacacorzo y Las
eras de junio, que recrean los acontecimientos del movimiento popular de
junio de 1950; Alberto Vega Herrera y El diablo en la Catedral; Carmela
Núñez Ureta y Las palmeras del cementerio; Blanca Núñez del Prado
con Caima y Los días de sol, Eduardo Zavaleta y A Mariano
Melgar; Federico M. Ugarte, Guillermo Mercado, Oswaldo
Morales Mura, Oswaldo Reinoso, J. Alberto Cuentas, Luis
Bedregal, José Ruiz Rosas, Antonio González Polar, Artemio
Bejarano, Fredy Santos Fuentes y muchísimos otros personajes, se
interesaron por transmitir los valores histórico-culturales de su época.
Otro rasgo fundamental de la poesía de este primer
momento en la centuria del XX, radica en el valor temático de sus versos, pues
cuando se conmemoraba un acontecimiento histórico o una celebración del
calendario cívico los autores publicaban sus poemas en los medios de prensa
escrita. La escritora Andreína Rivera Dávila escribió el poema Maestra
Jubilada y Carlos Maldonado Ramírez, su título: Sin embargo
(por el día del maestro de 1954); el Hno. Álvarez Quintero, escribió ¡Tienes
Madre!, Luis Federico Villarán R. con Los dos claveles
(Noticias, 08/05/1955), Hermelinda Morante y su Madre mía
(Noticias, 09/05/1955). También tenemos los Cantares de año nuevo de
Ricardo Sakuntalá (Manuel Gallegos Sanz) en 1955, que transcribimos a
continuación por su disposición localista: «Añito flamante, /lleno de
esperanzas: /que no haigan discordias /que no haigan matanzas. //Año que fuiste
/fregando a los pobres: /avienta tus males /y vengan los cobres. //Navidad Cristiana
/del niño Jesús: /hua¿? a los pobres, /para el rico luz. //Esta Noche es cuando
/pierdo a la inocencia: /si me quieren, güeno, /y sino paciencia. //El gringo
de Onassis /pagó la multita: /cuidemos peruanos /el kaito y la pita. //Cerro
Colorado /el nuevo Distrito: /se estrella, lo amuelan /como a huevo frito.
//Padrastros de Caima, /sin miras ni afán, /dejaron los restos /irse de Morán…»
(Noticias, 1956).
Ciertamente, la «poesía arequipeña» hacia fines de la
década del 50, comenzó a devenir en otras formas que impiden precisar un perfil
poético para la ciudad. Para el crítico literario Tito Cáceres Cuadros, «Al
bordear los años 50, nuestros poetas se embarcan por diferentes caminos, pero
es indudable que tanto lo social como lo artístico se complementan, en muchos
casos, sin que se separen en su producción» (2007: 11). Así sostiene en su
obra Antología de la poesía arequipeña 1950-2000 (Editorial UNSA, 2007).
Resulta que cuando se iniciaron los procesos migratorios
del campo a las principales ciudades del país, nuestra producción se volvió
divergente, pues abarca a autores de diferentes regiones que llevan consigo el
acento y los ritmos de su tierra natal; los autores locales tienden a variar
sus temáticas, sus contenidos poéticos que intentan adecuarse a un tiempo de
celeridad y modernidad; las exigencias de nuestros lectores y sus problemáticas
llevan a modificar el discurso de acuerdo al contexto y las generaciones
globalizadas relegando toda clase de tradicionalismo; y, la falta de unidad
entre los poetas cuya producción no observa un mismo horizonte, volviéndose
fragmentaria y ocasionando dificultades de conceptualización.
En consecuencia, creemos que, en la primera mitad del
siglo XX, sí existieron esfuerzos literarios que permitían hablar de una
«poesía arequipeña», pues nuestros autores –empapados del tradicionalismo y
costumbrismo de la época–, buscaban consolidar una identidad que hoy nos
permite hablar del “sentimiento arequipeño”, que muchas veces ha servido para
ufanarnos y actuar en desmedro de otras regiones a nivel nacional. Después de
la década del 60, los contenidos, las expresiones, el estilo, las formas
literarias cambian y los poetas –en un proceso de interiorización– priorizan
sus problemáticas internas perdiendo el rumbo común que había caracterizado a
un tiempo en que se definían los fundamentos de la identidad de Arequipa.
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