UNA BEBIDA PERUANA

 UNA BEBIDA PERUANA

Por: Hélard Fuentes Pastor

El emoliente y el emolientero son estampas del costumbrismo peruano. En diferentes localidades de nuestro país es común observar a muchos expendedores en las esquinas, preparando los enigmáticos brebajes que, incluso, tienen influencia andina. No hay lugar en Arequipa dónde no haya probado el famoso emoliente. Dicha infusión tiene un registro tan amplio como los paladares de mis conciudadanos.

El término es de factura hispana. Existen varias referencias que nos conducen al siglo XIX, vinculándolo a un rasgo o cualidad. Teniendo de referencia El Correo del Perú (1873) o las descripciones de Juan de Arona (1884), se menciona similar al acto de “refrescar”, por eso va acompañado de otras propiedades: calmante, refrigerante, antiespasmódico, diaforético, etc. Es decir, “emoliente” es la característica que sucede a la ingesta de una infusión, indistintamente de la hierba con que se ha preparado, por ejemplo, la “chala” (las hojas o caña seca de maíz). Así también se desprende de las crónicas periodísticas de Mariano Ambrosio Cateriano.

Durante el siglo XX, consideramos que la expresión emoliente comenzó a emplearse como denominación del tipo de infusión que se bebe con base a yerbas (sic), limón y jarabe. Edmundo Escomel (1913), médico arequipeño, en sus apuntes sobre disentería o molestias intestinales recomendaba tomar o tratar con emoliente. Asimismo, se alude en el libro de medicina popular de Herminio Valdizán y Ángel Maldonado (1922). A propósito, el doctor Valdizán menciona a la cebada, una de las aplicaciones importantes en su preparación, igual que la linaza o alfalfa. Aquello es ratificado a mitad de dicha centuria por Carlos Seguín (1962), que nos habla de su predominio o abundancia en el país.

Por aquellos años, la bebida logró uniformidad, entonces recién aparece el oficio de emolientero. Mónica Buse (1988) lo describe en sus relatos como un muchacho con gorro a rayas blancas y azules. Por su parte, Milagros A. Izquierdo (1992), lo define siguiendo la narrativa de José María Arguedas (1961) como el vendedor ambulante que se sitúa en las calles con su carretilla o “carrito” –según se advierte en la prosa de Jorge Donayre (1963) o Edgardo de Habich (1966)–, también “carromato” (Mercedes Cabada, 1974). En Arequipa, muchos de los emolienteros/as se concentran en las principales avenidas y son deleite de las frías noches de invierno. Caída la tarde hasta altas horas de la noche se expende la emblemática bebida peruana.  

EN DIARIO CORREO. AREQUIPA, 04 DE AGOSTO DEL 2022. 



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