LOS MOTORISTAS DEL TRANVÍA ELÉCTRICO DE AREQUIPA

 LOS MOTORISTAS DEL TRANVÍA ELÉCTRICO DE AREQUIPA[1]

 Por: Hélard Fuentes Pastor

Pasaron gran parte de su vida en el tranvía eléctrico de Arequipa. Octavio Alarcón, por ejemplo, trabajó poco más de treinta años en calidad de motorista, es decir, era una suerte de «conductor» de aquel histórico transporte que, de lado a lado, con sus líneas férreas, cruzó la ciudad. Octavio tuvo el privilegio de atesorar diariamente el antiguo paisaje arequipeño, además de escuchar las historias de cerca de cincuenta pasajeros que según recuerda, podía sostener un tranvía chico. Eso sí, los grandes, podían llevar hasta cien pasajeros.

Octavio comenzó ganando 18 centavos por hora. Era el año de 1933 cuando se incorporó a dicho oficio e inmediatamente se adaptó a su funcionamiento. El manejo era eléctrico y el freno a gas. El cargo que desempeñaba un motorista era de bastante cuidado. Aquellos, según recuerdan algunos pasajeros, iban correctamente uniformados igual que el inspector que se encargaba del cobro. Llevaban un traje con kepí que los identificaba rápidamente y se turnaban en la labor de operar el tranvía para dinamizar su diligencia.

Los motoristas tenían un carácter llano. Eran bastante respetuosos y algunos de ellos, como Luis Álvarez Torres, gozaban de buen humor. Según un testimonio de José Carlos Serván (2010), Álvarez tenía notables recuerdos en el tranvía. Decía, en broma, «Tú eras un gorrero. Yo te conocí». Octavio, también refiere a los «gorreros», normalmente jóvenes que se colgaban intempestivamente del tranvía durante su trayecto, y evadiendo el pago, bajaban de aquel, a prisa. A él no le gustaba que vayan colgados. Demandaba mucho peligro para ellos y los pasajeros, entonces los obligaba a subir para evitar los accidentes.

Cada trabajador del tranvía tiene una historia que contar. Justo Rodríguez, Francisco Valdivia, Manuel Denegri, Ángel Paredes, Eliodoro Rondón, Gregorio Cano, Luis A. Bueno, Felipe Berrios, Víctor Paredes, Francisco Chirinos, Jorge B. Aguilar, «Mocho» Zalazar, Manuel Chávez Pacheco, Teobaldo Llamas Paredes, entre otros motoristas (Juan Núñez Monar, 2017). Aquellos no siempre provenían de la ciudad. Algunos debían recorrer largos caminos para prestar su servicio, como es el caso de Florentino Alfonso Coaguila Linares, un operador nacido el 14 de marzo de 1923 en el distrito de Quequeña, donde fue bautizado un 2 de agosto en la parroquia de San José, hijo natural de Vicente Coaguila y Juana Linares (Partida N° 107).

Los vagones de los tranvías estaban llenos de anécdotas. El estudioso Juan Guillermo Carpio Muñoz (Texao, 2019) cuenta que, en uno de ellos, en los años 50, al ser un pasajero frecuente con su pase escolar, conoció a un motorista probablemente apellidado Choque Neira, que muchos compañeros de trabajo dieron en apodarlo «Choquinaira». Narra que, incluso, el avezado maquinista se dio la licencia de enseñarle a operar una de las llaves, por supuesto, cuando el tranvía llevaba pocas personas y avanzaba en línea recta, siempre bajo su supervisión.

Una noche de enero de 1966, el tranvía eléctrico paralizó sus operaciones, siendo Octavio junto a otros compañeros, los últimos trabajadores en prestar sus servicios a nivel nacional, pues unos meses antes, ya había cerrado el sistema de Lima. Muchos de aquellos motoristas como Choquinaira comenzaron a trabajar en los primeros buses que circulan en la ciudad, con la nostalgia de aquella mirada eternizando las vías férreas aún tendidas en las históricas calles de Arequipa. 



[1] Diario El Pueblo. Arequipa, 4 de septiembre del 2022.



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