LA FLOR DE TEXAO EN LA POESÍA AREQUIPEÑA

 LA FLOR DE TEXAO EN LA POESÍA AREQUIPEÑA[1]

 Por: Hélard Fuentes Pastor

No siempre una planta como la flor del texao alcanza la representatividad que desde hace muchas décadas es dada a este mastuerzo en Arequipa. En ese sentido, existen diferentes caminos para comprender su correlación con la identidad, entre los cuales hemos identificado dos dimensiones: una refiere a la vida cotidiana, por ejemplo, cuando se afirma que aquella posee propiedades curativas o es la nítida expresión de la belleza de la mujer mistiana, pues se cuenta que algunas reinas del carnaval la llevaban en la oreja durante los corsos (Isaac Tapia); y la otra se encuentra en el plano literario considerándola –en términos generales– la flor del volcán.

La flor del texao y la arequipeñidad conforman una de los tantos binomios existentes en los imaginarios de la ciudad. Aquello no es cosa antojadiza, tiene que ver con cuatro aspectos: 1. El hecho de que constituya un arequipeñismo (Juan Carpio Muñoz, 2012), 2. La gestión que realizó el grupo cultural Ari-quepay declarándola como flor simbólica o heráldica de Arequipa (Walter Garaycochea, 2009), 3. Su abundancia en los bordes de las acequias (según algunas versiones actualmente se encuentra casi extinta) y 4. La continuidad y una suerte de imposición de carácter intelectual, pues muchos escritores y poetas han dado en resaltar sus características en función de la Ciudad Blanca.

Podría haber sido el cedrón o el huatacay, pero se trata del texao por la continuidad que ha logrado en la mentalidad colectiva desde fines del siglo XIX; realizamos dicha estimación por un poema de Francisco Mostajo publicado en 1911, titulado: «El matecllo y el texado». El poeta y jurista arequipeño establece una correlación entre la flor, el proletariado y la bohemia, asimismo nos dice que proviene de la voz quechua «ticsau». Esto marca un primer momento en su historicidad que se presenta a modo de «arraigo», es decir, durante la primera mitad de la siguiente centuria, los escritores locales afianzaron la relación entre el texao y otros símbolos de la arequipeñidad.

Precisamente, en la «Historia de Arequipa» de Germán Leguía y Martínez (1914), existe una referencia al texao o texado con su tonalidad roja o purpúrea, entre otras plantas originarias; y años más tarde, en una versión de Luis Alayza Paz Soldán (1939), se afirma que aquel mastuerzo es conocido en España como «capuchina» y en nuestro medio «texado», que se debe a la regla hispana de que todas las voces terminadas en «ao» se consignen como «ado» (Juan Carpio Muñoz, 2012). Lo cierto es que en este tiempo es ampliamente conocida por sus propiedades curativas que ha recogido el botánico Juan Manuel Cuadros (1940), para las inflamaciones, dolores por ‘aire’ y frotaciones de diferente índole, incluso a modo de insecticida. El apunte es importante porque presenta un estudio bastante detallado, al que pudiéramos agregar su empleo para ciertas alergias por hongos aplicado como ungüento.

A mediados del siglo XX, se produjo su divulgación con tres escenarios concretos: 1. La aparición de la revista Texao que estuvo en circulación entre los años 1948-1949, 2. La publicación del drama en cuatro actos sobre la fundación incaica: «La leyenda del Texado» (1949) de Óscar Silva, que lleva el prólogo de Mostajo y 3. El establecimiento del premio Texao de Oro que confirió la ANEA a varios poetas como Alberto Hidalgo, César A. Rodríguez y Guillermo Mercado (mencionados por Juan Reynoso D., 2007), también tenemos conocimiento de que lo recibió Teodoro Núñez Ureta. Por supuesto, se trata de los eventos más relevantes en este segundo momento de su historia.

Entonces, el texao es la flor iluminadora de Arequipa (desde Paucarpata hasta Cayma), tal y como se desprende de los versos que dedica el poeta Antenor Samaniego (en «Oración y blasfemia», 1955) al bate arequipeño Mariano Melgar; en otros casos de forma sombría como en «Arequipa» (1958) de Pedro Arenas i Aranda cuando habla de flores llagadas y «Los cinco días» (1962) de Jorge Bacacorzo en relación al movimiento popular de junio de 1950, refiriéndose a un «texao negro». Dicho proceso de consolidación en los imaginarios sociales cierra con dos eventos principales: 1. La guía editada por Adela Pardo Gámez (1967), que la reconoce como la flor simbólica de la ciudad y 2. La formación de un grupo musical local llamado: «Los Texao», que tuvo actividad entre 1968-1973.

Los años 80 marcan un tercer momento planteado por su articulación con todo el espectro de la identidad arequipeña. Su planteamiento es presidido por el investigador Juan Guillermo Carpio Muñoz (1983, 2019), con su colección historiográfica «Texao: la historia de un pueblo y de un hombre», además de sus creaciones literarias. Dichos apuntes son fundamentales pues establece la triada: Arequipa, Mostajo y texao. Antes, la imagen aparecía sobre todo a modo de binomios, ahora se establece de forma genérica. Eso quiere decir que, en la contemporaneidad, el texao es concebido como una totalidad y/o como un binomio.

Por un lado, después de Carpio Muñoz, la integralidad identitaria también es ensayada poéticamente en el género loncco porque es la manifestación expresa del costumbrismo arequipeño, un caso es el escritor Félix García Salas en «Saludo loncco» (1996) y «El raccay más bello» (1996), otro caso podemos encontrarlo en los poemas de Alberto Ballón Landa (1984) y en «Texao» (2010) de Lily Cuadros Agramonte, en cuyo poemario hay una comunión entre la flor y el terruño que confirma ese sentido de pertenencia.

Recientemente, un poemario de la profesora Ada Fernández de Guillén, ha reafirmado –no sé si voluntaria o involuntariamente– la totalidad planteada por Carpio Muñoz. Su propuesta: «La flor de texao y yo» (Almandino Editores, 2021), ratifica la vigencia del folklore arequipeño en tiempos de modernidad. Nos habla de la naturaleza y los rasgos culturales (el carnaval, la picantería de antaño, el yaraví y la campiña). En el poema que da título a su obra, la autora establece una relación entre la flor, la ciudad y el «yo poético», de este modo trasciende al pasado que envuelve a dicho símbolo para anotar su vigencia.

De otra parte, marchan los binomios, como Carmela Núñez Ureta en su poema «A Melgar» (2003), donde el texao es el bate arequipeño, apasionado, «rojo texao»; Patricia Roberts (2005), una niña es la flor; Wilber Córdova Bellido con «Buscándote» (2017), aquí el texao es una sonrisa, existente, pero difícil de hallar; y, finalmente, en «Ticket para el poema» (2018) de Ximena López Bustamante, es un elemento de libertad.

Asimismo, en la vida cotidiana, se inaugura un restaurante campestre con dicho nombre en Tingo (Carlos Zeballos Barrios, 1980), la compañía Texao Lanas S.A.C. fundada en el 2001 y una radioemisora que inició sus actividades en el 2002 (Héctor Ballón Lozada, 2016), es decir, se difunde como marca o distintivo comercial en diferentes rubros que, como hemos visto, ya se ha dado desde antes, aunque con mayor énfasis en el campo de las letras y el periodismo. Así hemos demostrado que se encuentra en los versos de diferentes autores, que preside el nombre de revistas, iniciativas culturales o emprendimientos del sector, como la recordada editorial Texao, que fundó el periodista Carlos Rivera y, actualmente, se encuentra en manos del escritor y editor Héctor Sanz. Hoy podemos decir que la flor del texao es el nuevo pendón de la arequipeñidad.



[1] Suplemento del diario El Pueblo. Arequipa, 13 de febrero del 2022.

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