LA CAMPIÑA AREQUIPEÑA

LA CAMPIÑA AREQUIPEÑA

Por: Hélard Fuentes Pastor

Escritores, intelectuales, artistas y viajeros han encontrado en Arequipa una excepcionalidad. Un elemento que junto a los volcanes —teniendo de tutelar al Misti— y al río, conforma la tríada identitaria de la ciudad. Nos referimos a la campiña arequipeña, aludida por diferentes especialistas como una característica local que prácticamente ha desaparecido y cuya reducción puede influir en la cocina, pues muchos de los ingredientes dependen de dicha naturaleza (Javier de Belaúnde López de Romaña, 2016).

Su composición es tan singular como su sola mención en los anales peruanos. Neus Escandell Tur y Alexandra Arellano (1998), han de referirse al entorno inmediato a la ciudad, donde encontramos el paisaje rural, los andenes prehispánicos y los distritos típicos. La valoración no es cosa antojadiza. Hacia 1917, en una reseña de paisajes naturales captados por el fotógrafo E. Masías, se detalla la belleza mistiana a partir de su campiña, también pintada por el gran muralista Teodoro Núñez Ureta.

De otra parte, representa la geografía naciente del río Chili que, durante la primera mitad del siglo XX, estuvo asociada al cultivo del trigo y la alfalfa, principalmente (Dirección de agricultura y ganadería, 1936). Una cifra nacional de 1945, precisa que Arequipa tenía 8 400 hectáreas de campiña, distribuidas en 6 716 agricultores. De ese total, 2 950 estaban dedicados a la alfalfa, 2 300 al trigo, 1 400 al maíz, 700 a la papa y 750 a otros productos agrícolas (Instituto Peruano de Estadística). Lo que demuestra que la funcionalidad del mentado «verdor arequipeño» estaba orientado en gran medida a la industria lechera, es decir, su depredación, además de afectar a la gastronomía —como sostiene Javier de Belaúnde— perjudica a otras formas de industria.

La campiña es una de las añoranzas profundas del ideario arequipeño. Un espacio en forma de terrazas (Cintia Ana Morrow, 2013) que, con los cambios demográficos, urbanos y socioculturales de la segunda mitad del siglo XX, se ha modificado. Mirar el ombligo es polémico, sobre todo cuando se trata de construir una intelligentsia en los imaginarios colectivos. En ese sentido, no obstante, a este brillo especial, Arequipa también consentía un paisaje terroso o polvoriento, un ambiente grisáceo en algunas temporadas y un sol inclemente que obligó a los pobladores a usar el sombrero, pero la nostalgia vuelve la mirada espléndida o actúa como un motor de emociones positivas en la memoria.

DIARIO CORREO. AREQUIPA, 15 DE SEPTIEMBRE DEL 2022. 

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