EDUARDO PATATO MÁRQUEZ, EL HOMBRE DE LOS GOLES[1]
Por Hélard Fuentes Pastor
¡Te
nos fuiste Patato!
Es
difícil despedirte cuando hace pocas semanas recibí tu saludo mientras
participaba de un panel virtual en torno a la gestión cultural en nuestra
ciudad, siempre animando y alentando a los tuyos, a tus amigos, con ese afecto
hogareño de quien regresa el tiempo para estar en tu casa, en un mueble junto a
la ventana observando fotografías y reconocimientos en un significativo
recuento de goles para los anales del deporte arequipeño.
Yo
te recuerdo humilde, con tu trato generoso y junto a tu amada esposa Sonia,
mientras escribía en algunas hojas tu historia de vida, aquella que me
confiaste en los primaverescos días de septiembre del 2017. Entonces, atesoraba
en mis manos la caricatura que te hizo Miguel Baldárrago para Primera Plana en
1971, tu época dorada, un tiempo glorioso que te colocó como ídolo del Club
Melgar con más de doscientos partidos que alternan a semejanza de tus goles.
Te
admiré en las fotografías antiguas que guardas en casa y otras tantas que es un
privilegio observar en el Rincón de los Recuerdos del periodista Tino Villena.
Aquel escalafón histórico tiene tu nombre escrito en sus butacas y en todas las
tribunas del Estadio Melgar y Monumental de la UNSA, donde te veo airoso
sosteniendo una copa en el año 2016 que fuiste motivo de homenaje. En aquel
momento pensé: –Ese corazón vibrante que te caracterizaba no se detuvo a
mediados de 1975, cuando producto de una lesión tuviste que cambiar el rumbo,
pero sin renunciar completamente a tu pasión: el fútbol.
Hoy
te pienso entusiasta con el centenar de recuerdos que han de adornar tu casa y no
dudaste –aún el celo de la intimidad– confiarme algunos de ellos cómo aquel
anecdótico romance que viviste con tu preciosa esposa en los años mozos de tu
vida; un amor que siempre estuvo latente en el corazón de ambos, y es otra de
las grandes lecciones que nos entregaste, tal cual la tremenda fortaleza
hacinada al espíritu cuando vemos partir a los seres queridos. Ahora te reúnes
con tu pequeño Eduardo Moisés, a quién has de llevar las anécdotas de un
grande, orgullo de una ciudad que se resiste a tu partida.
No
solo eres el ícono de los setenta junto a Leyva, Delgado, Barra o Rossell,
sobre todo, eres amigo, escribiendo una valiosa dedicatoria para las páginas de
un libro que hice en tu honor: «Patato Márquez, ¡Cuéntenos de sus goles!»
(2017).
Aquella
tarde, luego de la entrevista –creo que alguna vez te comenté– hice a un lado
mis labores personales para escribir sobre tu vida. Emocionado, no pasaron
muchos minutos desde que ingresé a la casa, encendí la computadora y comencé a
desmenuzar aquel medio centenar de fotografías que hicimos con apoyo de tu
esposa, unas de la intimidad familiar, otras de los diplomas que recibiste de
la Municipalidad Provincial de Arequipa, de FECIA-Arequipa, del Consejo de
Bustamante y Rivero y varias instituciones; y cómo no, de las placas
recordatorias, una que te entregó Cachete Zúñiga en el 2016, la Caja Arequipa y
la Liga Departamental de Futbol de Arequipa (LIDEFA).
Probablemente,
los años sean ingratos, pero nunca la memoria de una ciudad que te vio nacer un
27 de marzo de 1944; que siguió tu formación en la Escuelita N° 942 y en la
sección nocturna y diurna del Colegio de la Independencia Americana; que
ovacionó tus partidos desde el dichoso encuentro escolar con el Colegio
Guadalupe de Lima hasta el amistoso con River Plate o el inolvidable encuentro
con Santos de Brasil.
Mi
querido Patato, en octubre del 2017 tuve la satisfacción de celebrar la
publicación de mi libro: «Gol Rojinegro», con tu notable trayectoria como
futbolista en el último festival que se realizó en el campus de Ingenierías de
la Universidad Nacional de San Agustín, donde recibiste la admiración de la
coocurrencia y nos ofreciste unas hermosas palabras llenas de esperanza y
perseverancia que jamás olvidaremos.
A
cambio, el historiador nacional del fútbol peruano, Jaime Pulgar Vidal, te
dedicó un comentario que aquella noche me permití leer: «(…) Patato no tuvo un
callejón de adobe, pero sí una pared de sillar, medio rosada, tan fina como su
fútbol. El cimbreante mover de la cintura no nació negro, blanco, mestizo o
cholo. Se aprende. Y si lo que hay al frente es un volcán, se cimbra con garbo,
como la hacía Patato».
Allí
se encontraban los periodistas: Héctor Gómez y Rubén Collazos junto al pintor
taurino Goyo Menaut y el historiador Helard Fuentes R., mi padre. Te
acompañaban tus parientes y tus nietos, a quienes presentaste como tus joyas,
la razón de tu existencia. Yo me sentí orgulloso de llamarme tu amigo, y a
pesar de que no soy pelotero y poco o nada he comprendido de las destrezas en la
cancha, me trataste igual que a los tuyos, me hiciste parte de esa gran familia
que ha de querer llevarte en hombros para despedirte con la gloria que mereces,
quizás recorriendo las tribunas repletas de hinchas laureando al campeón del
Melgar.
Pronto,
me alegró que un gran periodista como es Jorge Malpartida Tabuchi se ocupe, una
vez más, de tus logros. Lo hizo en un trabajo que tituló: «Patato, el goleador
humilde que miraba al frente» (2018); páginas que relatan tu protagonismo en
los años sesenta y setenta, y enriquecen a la historiografía local que lleva la
impronta de Tino Villena, Salomón Medina Zevallos, Hernán Valencia &
Gustavo Chávez, sigue un largo etcétera.
Por
eso, en esta oportunidad no he querido escribir tu biografía, sino recordar
(aunque a la distancia que nos conduele) tu calidad de persona y tu actitud
servicial, lo que quizás no consigan reseñar los libros y tantos reportajes
periodísticos que relatan tus hazañas, lo que solo se puede inferir de una
caricatura de Marquiño, de un dibujo de Willy Galdos o de aquel óleo de Quenaya
donde apareces junto a Pelé; nunca tanto como el fuerte abrazo que estuviste
dispuesto y hablaba de tus nobles cualidades.
Por
ahí leí que, de no ser por aquel contexto lleno de limitaciones, hubieras
desfilado en canchas europeas. No lo dudo estimado amigo; sin embargo, con el
dolor que significa afrontar que ya no estás entre nosotros, te pienso en la
gran explanada de la eternidad que ha de ocupar gran parte del cielo.
¡Hasta
siempre, apreciado amigo!
[1]
Originalmente escrito en agosto del
2020. Revista ECO del diario El Pueblo. Arequipa, 15 de agosto del 2022. P.
14-15.
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