EDMUNDO CORRALES VALDIVIA: INOLVIDABLE MAESTRO AGUSTINO[1]
Por: Hélard Fuentes Pastor
Existen
maestros que cambian nuestra vida, que un día encuentran nuestro destino
atiborrado de ideas y lo vuelven a orientar. Existen maestros pacientes y
apasionados que creen en las cualidades de sus estudiantes, las impulsan con
una sonrisa y una mirada sincera. Existen maestros que nunca se enfadan ni
fruncen las cejas, por el contrario, ofrecen confianza, regalan bondad, son
humildes y guían con especial cariño, talento y esperanza a muchas
generaciones. Maestros cuya vida es una verdadera lección. Maestros que
hicieron de la educación su verdadero propósito. Maestros como Edmundo Luis
Corrales Valdivia cuyas aspiraciones, proyectos y logros fueron cada uno de sus
estudiantes.
Lo conocí en
primer año, cuando comenzaba a realizar mis estudios universitarios en la
Escuela Profesional de Historia de la Universidad Nacional de San Agustín.
Entonces nos enseñaba los cursos de Introducción a la Historia e Historiografía
General, los cuales aprobamos con notas generosas a la altura de su afecto
y sencillez. Acompañó a mi promoción durante cuatro años en las asignaturas que
dominaba perfectamente: Historiografía Peruana, Teoría de la Historia,
Filosofía de la Historia y Ecología y Medio Ambiente.
Nació en la
provincia de Islay, donde las olas del mar alcanzan a observar el horizonte de
Arequipa, un 12 de agosto de 1941. Hijo de doña Victoria Luzmila Valdivia de
Corrales (n. 11/12/1925) y hermano de Freddy Juan (n. 10/07/1947), Jaime
Eduardo (n. 12-08-1942), Nelly Adriana (n. 27/10/1957), Maritza Elvira (n.
28/09/1960) y Haydee Corrales Valdivia. Sus primeros estudios los desarrolló en
las costas mollendinas, donde también nace su pasión por la investigación y
aquel espíritu de exploración que encaminó los siguientes años de su vida,
inclusive, durante de la docencia escolar y universitaria.
Toda su vida
cultivó uno de los primeros principios de la humanidad: «la decencia». Fue
amigo de mi padre, el paleógrafo Helard Fuentes Rueda; de mi madre, la
historiadora Antonieta Pastor Muñoz, y de sus hermanas, mis tías Hilda y Noemí.
Por eso, él tuvo que conocerme cuando era una criatura y mi mamá me llevaba en
sus brazos.
Educó a
diferentes generaciones desde un sincero dictado de clase hasta aquellas
conversaciones donde resolvía dudas e inquietudes. Un maestro que recomendaba
valiosa bibliografía e incluso prestaba sus libros sin desconfiar de nadie. Sé
que muchos no los devolvieron. Aun así, continuó proporcionando los títulos que
se requerían para las investigaciones de cuantos muchachos.
Realizó sus
estudios universitarios en el Programa Académico de Historia de San Agustín,
junto a otros maestros de valor y estima como Carmen Cornejo de Balbuena. Se
tituló en el año de 1979 con la tesis: Litoral de Islay piso ecológico
Collagua, citada en el importante diagnóstico de la Agricultura Andina que
se realizó en el distrito de Coporaque en los años ochenta. Desde entonces,
escribió importantes artículos de carácter arqueológico como: Quebrada Honda
en la Prehistoria de la Arequipa, Los 500 años: encuentro o choque de
dos culturas; entre otros.
Todos
acudíamos a él para que nos oriente en nuestros trabajos. Siempre nos atendía
con afecto y con aquella amabilidad que nunca alcanzaré a explicar. Jamás lo vi
molesto, menos fastidiado. Caminaba con la paciencia que un auténtico maestro
puede ostentar en los claustros de una facultad que padece tremendas
injusticias. Caminaba atesorando los conceptos filosóficos y epistemológicos de
nuestra profesión. Su compromiso con la docencia surcaba más allá del litoral arequipeño
que observaba y estudiaba con especial atención.
Hace tres
años ofreció un sentido discurso de bienvenida a los «cachimbos» de Historia
donde dijo: «nunca desconfíen ante cualquier dificultad de consultar a sus
maestros… Hay mucho que investigar en todos los periodos de nuestra historia,
no solo en la nuestra, sino también en la historia universal. La historia en
general no está del todo verdaderamente escrita…». Entonces, recordamos que
el 27 de julio de 1991, cuando era director de la Escuela Profesional de
Historia, pronunció un discurso en la plaza «Juan Manuel Polar» de Vallecito al
conmemorarse el CLXX aniversario de la proclamación de la independencia que se
imprimió en los talleres universitarios.
Llevado por
la necesidad de reivindicar las interpretaciones históricas afirmó: «(…) Si
analizamos el hecho histórico de nuestro nacimiento como república de hace solo
170 años… nos encontramos con que el movimiento libertario del siglo XIX aquel
que hicimos con las llamadas corrientes libertadoras del norte, con Bolívar y
del sur con San Martín, no constituyeron un proyecto nacional revolucionario,
sino por el contrario fue un proyecto contrarrevolucionario, antitético de la
propuesta nacionalista que una burguesía nativa y claramente nacional había
levantado durante el siglo XVIII al interior del virreinato… Somos pues hijos
de la contrarrevolución y son contenidos y formas los que configuran nuestra
condición actual (…)».
Aquellas
sinceras palabras que buscan rediscutir el tema de nuestra independencia fueron
chocantes para las autoridades que acompañaban en la ceremonia. El entonces
alcalde de Arequipa, el inefable Luis Cáceres Velásquez, denigró tremendamente
al docente universitario diciendo que era «un discurso de porquería, hecho
por un imbécil» y con poco tino cuestionó al rector, Juan Manuel Guillén,
por haberlo escogido como disertante, incluso tuvo el atrevimiento de decir: «nada
tiene y nada puede enseñar a sus alumnos». ¡Cómo es la vida! Hoy ante tu
partida se demuestra precisamente lo contrario pues solo un verdadero maestro
puede reunir a numerosas promociones que asistieron a tu despedida, un
recuentro intergeneracional que prueba la admiración que sentimos por nuestro
profesor Edmundo.
Durante mi
etapa universitaria investigaba el tema del Movimiento Popular de junio de
1950. Edmundo Corrales junto a otros docentes como Germán Rodríguez, Jorge
Bedregal y Alejandro Málaga N-Z. me apoyaron incondicionalmente hasta el año
2013 que presenté el libro en el auditorio «José Carlos Mariátegui» de la
Facultad de Ciencias Histórico Sociales. Fue mi primera presentación y
Edmundito –como los llamábamos cariñosamente– me acompañó. ¡Cómo olvidar a este
maestro que tanto nos apoyaba!
Una tarde,
mientras esperaba el cambio de hora para ingresar a su clase, me senté junto a
él y le conversé sobre un tema que estaba desarrollando: los monumentos-busto.
Cité los nombres de algunos y me lamentaba de no tener información sobre los
personajes esculpidos como la desparecida obstetriz María Maritza Campos Díaz.
Me dijo: –Yo la conocí. Llevaba métodos anticonceptivos a las comunidades
andinas. Lamentablemente falleció en un accidente de avión.
Edmundo
Corrales dio luces sobre este y otros asuntos que le consultaba. Pronto
hablamos de tantos temas que la distancia de los años no alcanza borrar.
Recuerdo una de las primeras consultas, cuando nos dejaron una tarea en el
curso de Fuentes de la Historia I, y con mi grupo acudimos a él para que nos guíe.
Recuerdo bien. Nos indicó que buscáramos el Tomo X (Procesos e Instituciones)
de la voluminosa edición de Historia del Perú (1980) de Juan Mejía Baca y que
ubicáramos el capítulo desarrollado por el historiador Raúl Rivera Serna:
«Historia de la historia». Incluso, nos dio la página; por eso se decía en los
pasillos de la facultad que era una biblioteca andante.
La madrugada del 24 de febrero nos
sorprende la noticia de su partida. Nos llena de profundo dolor a todos quienes
compartimos contigo siendo estudiantes, amigos, y, ahora, colegas. Y entre las
lágrimas y pesares nos enorgullece de que hayas sido nuestro maestro, conocedor
de la vida prehispánica en el país y de nuestras raíces andinas. Descanse en
paz inolvidable maestro agustino.
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