ASÍ TE RECUERDO CAROLINA ARRISUEÑO

 ASÍ TE RECUERDO CAROLINA ARRISUEÑO

Por: Hélard Fuentes Pastor


Una tarde decidí visitar a la maestra Carola Arrisueño Málaga. Confieso que estaba nervioso porque no supe cómo entablar diálogo con una de las últimas intelectuales vivas que corresponde a la generación de las escritoras Carmela Núñez Ureta y Andreina Rivera Dávila; además –pensé– tal vez me recibiría con suma desconfianza por ser un extraño que apenas había escuchado por teléfono y que se presentó con la referencia de una amiga suya, la poeta Virginia Medina, quien me facilitó su contacto. A mi favor se encontraba la entrañable amistad entre ambas.

Cuando estuve en la puerta de su casa pensé que me había equivocado de dirección, pues entre dos hermosas fachadas de la calle Ballón Farfán de Umacollo, se observaba un muro de ladrillos sin estucar con dos puertas metálicas deslucidas por el sol que ocultaban la verdadera infraestructura de un piso. En aquel momento, observé los rótulos de las casas continuas para certificar el número y, definitivamente, no estaba extraviado, era aquí. Luego supe que dicha vista servía de resguardo propio.

Grande fue mi sorpresa cuando una mujer bastante mayor me atendió. No era para menos, Carolina Arrisueño –como la llamé desde un principio– tenía 90 años, y yo encontré a una señora lúcida, atenta, alegre y llena de recuerdos, tal vez la única dificultad fue su problema de visión. Conocerla fue enternecedor. Esos hermosos cabellos blancos me hicieron recordar que tuve dos abuelas que quise mucho.

Aquel día lo atesoro como uno de los momentos que marcan la vida de una persona. Su casa era de esas cajitas que detrás del quicio nos sorprenden con su singularidad, un bonito menaje en la vitrina y su batán. Lo primero que llamó mi atención son los magníficos cuadros colgados en la pared, algunos paisajes pintados por ella y otros llevaban la firma del eximio pintor arequipeño Manuel Morales Guzmán, quien también la había retratado. Digo también, porque por primera vez vi el retrato original que le hizo el famoso artista loretano César Calvo de Araujo. 

Ella tenía todo listo para la entrevista. En la mesa se hallaba el libro de los acuarelistas arequipeños de Omar Zevallos y una pila de folletos de la Asociación Regional de Educadores Cesantes de Arequipa (ARECA), institución que presidió y en cuyo boletín publicó sus artículos y editó autores como Víctor N. Benavente, pariente de mi estimado amigo, periodista y especialista en ufología, Rafael Mercado Benavente.

Me contó algunas anécdotas y hoy quisiera transmitir el afecto que me confió a gratos personajes como las socias del Centro de Escritoras Arequipa, Pedro Luis González Pastor, Tito Cáceres Cuadros y Eusebio Quiroz Paz Soldán. Ya en confianza, aquella que se consigue con una buena plática y tantos nombres en común, me mostró un trabajo inédito en homenaje al colegio donde enseñó varios años: Max Uhle, y el borrador de un poemario para niños que ilustró.

Su pluma tenía tanto ritmo como su pincel. Ahora que el artista Salvador Núñez recuerda anecdóticamente que le enseñó a cantar el himno a un gato –no lo gocé– pero tuve el placer de escucharla interpretando uno de esos versos. En ese momento, me comentó que el maestro Augusto Vera Béjar musicalizó sus poemas.

En aquella oportunidad, decidí publicar un artículo sobre su trayectoria en el diario El Pueblo, donde –a modo de reportaje– cuento la historia de cómo llegó a ser retratada por Calvo de Araujo en los años 60. Mismos datos que sirvieron para elaborar una biografía para mi libro: Diccionario biográfico. Escritoras, maestras y artistas en Arequipa (2016 y 2019).

Antes de despedirme le prometí que nuestra ciudad reconocería su trabajo; por supuesto, no era algo que pretendía, pues creo el mayor homenaje que esperaba fue recibir de vez en cuando a un amigo para platicar. Pronto, en vísperas del aniversario de la ciudad, dirigí una solicitud a la Municipalidad Provincial de Arequipa con su reseña biográfica.


Como lo hice a título personal, todo era incierto. No obstante, a poco de haberse anunciado el evento en el Teatro Municipal de Arequipa, me informaron que debía asistir a la ceremonia. Eso fue un día antes. Inmediatamente me comuniqué con Carolina. Debió pensar que se trataba de una broma. Luego, insistiendo, me hizo saber que no tenía quien la acompañe. Yo no podía por mi dictado de clase y ese evento demandaba varias horas. Pensé en Virginia Medina, pero tenía un compromiso familiar, de igual manera coordinarían.

Felizmente, su cuñado pudo acompañarla. Esa mañana nos encontramos en la puerta del teatro e ingresamos juntos. En un gesto muy honorable, una señora de noble perfil, cedió su asiento en primera fila para que puedan sentarse ambos. Al cabo de unos minutos fui testigo del saludo de Juan Guillermo Carpio Muñoz, sorprendido porque de Carola hace mucho tiempo no se supo nada. Así fue cómo un 12 de agosto del 2016 recibió la Medalla de Oro de manos del alcalde Alfredo Zegarra Tejada.

Después de aquella ocasión, hablé de Carolina con varios amigos como Eusebio Quiroz, que le mandó saludos, o el pintor Goyo Menaut, que quiso reencontrarse con ella. Pasaron cerca de una veintena de años desde la última vez que conversaron. Entonces, una tarde de septiembre de dicho año fuimos a visitarla. Aquel encuentro –como todos– fue especial. Compartieron algunas anécdotas hasta que nos invitó a pasar a su cocina para convidarnos arroz con leche.

Grata fue mi sorpresa cuando la volví a ver, ésta vez como invitada en el TEDxCharacato Women 2016 que se realizó en octubre y donde interpretó la historia de Martina y su tía, que en realidad narra momentos de su vida hasta el reconocimiento de ese año. Eso me contentó mucho, porque siempre es significativo que una ciudad te valore por tu trabajo al margen de la sencillez y humildad que la caracterizaban. No dudé en regresar, a veces a tomar café, y otras para dejarle una invitación a la presentación de mis libros.

Esa despedida que vemos como lejano horizonte ha llegado, y se me escapan unas lágrimas de pensarla caminando por la calle San Agustín, la última vez, acompañada de una señorita que la atendía en casa. Me reconoció. Nos abrazamos y prometí visitarla.

¡Te voy a extrañar Carolina! Y creo que es oportuno darte las gracias por demostrarme que se puede ser fuerte a pesar de los años, por acompañarme cuando presenté mi obra: “Historia de las Fiestas del Carnaval” en el 2017 y porque en aquel poemario que me obsequiaste –“Raigambre” (1998)– está el testimonio de esta bonita amistad.

Ojalá que, en el cielo, a dónde has de llegar por tu corazón bondadoso e inocente, te celebren con la musicalidad que ahora me acongoja. Solo me falta cumplir una promesa, y espero que tu familia me conceda adelante esa posibilidad: publicar el poemario que me mostraste con esos dibujos que intento retener en la memoria como tus palabras siempre reconociendo la labor de tus maestros y maestras. Así te recuerdo Carolina.

En: Diario El Pueblo. Arequipa, 01 de agosto del 2020. P. 07. 

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