AREQUIPA Y LA GUERRA DEL PACÍFICO EN EL CUENTO DE GOYO TORRES[1]
Por: Hélard Fuentes Pastor
He
intentado explicar en varias oportunidades lo que aconteció en Arequipa durante
la Guerra del Pacífico, más aún cuando se pregona a viva voz en las calles
limeñas que los arequipeños jamás hicieron frente ante la ocupación chilena.
Aquellos episodios de resistencia fueron borrados de nuestra memoria histórica
con la desaparición de los documentos referidos a la época. Así, olvidamos que
entre los años de 1879 y 1883, la ciudadanía arequipeña intervino en la campaña
del sur a través de sus batallones Cazadores del Misti y Guardias de Arequipa.
Negamos el doloroso funeral de los caídos, las colectas públicas y la
participación de artesanos, comerciantes, agricultores y estudiantes que dieron
batalla. Desvanecimos la valerosa intervención de los hijos de Quequeña y
Yarabamba aquel 24 de noviembre de 1883, cuando ambos poblados fueron invadidos
por medio centenar de chilenos.
La
Guerra con Chile es uno de los puntos neurálgicos del pasado nacional, la
circunstancia que hizo aflorar las intrigas y deslealtades que mantienen al
país mecido en los brazos de la derrota, las carentes y desmesuradas acciones
del gobierno, el hecho que demuestra la astuta retentiva Estatal de disculpar
en la memoria colectiva a personajes que causaron tanto daño a la patria como
Miguel Iglesias Pino de Arce o Lizardo Montero que, además, tejieron una
apócrifa historia que los exculpaba de todo daño, acusando al pueblo mistiano
de no querer luchar ni resistir ante los chilenos. Cuando, evidentemente, fue
Montero quien no quiso combatir al enemigo desarmando la Guardia Nacional y
fugando a Puno, e Iglesias, quien dirigió una carta abierta el 1 de abril de
1882, donde consideraba que seguir luchando era insensato, revistiendo sus
obscuras intenciones de entrega con las ínfulas de buen ciudadano mientras
Andrés Avelino Cáceres libraba resistencia en la sierra. Semejantes actos de traición
merecen el repudio y la condena de todos los peruanos.
Resulta
lamentable que en el tránsito de la investigación histórica a nivel nacional se
haya interpretado que la decisión de aquellas “autoridades” era compartida por
el pueblo arequipeño o, peor aún, que la misma población resolvió rendirse,
cuando se produjo lo contrario. Montero, sus altos jefes políticos y militares
–muchos de ellos de otras regiones– se encargaron de apagar el espíritu
combativo en las huestes arequipeñas; pese al abandono y la desorganización que
generó, los civiles continuaron resistiendo. Precisamente, dichos afanes de
resistencia encontramos en el cuento infantil del escritor Gregorio Torres que
titula Cuando llegaron los Wayruros (Texao Editores, 2015).
A
través de su prosa literaria, Goyo reconstruye aquellos escenarios de lucha y
resistencia arequipeña valiéndose de las formas lúdicas presentes en el
imaginario de diferentes generaciones. Hay quienes encuentran en el carrito de
cojinetes, la canga, el riu–riu, el tejo, el vuelo de cometas, los trompos, los
chochos, los huayruros y las canicas, interesantes símbolos para la
construcción social de una época, que incluso plantean un proceso histórico
pues muchos de éstos elementos dinamizaron con otras formas de diversión a lo
largo del tiempo determinando cambios en sus funciones recreativas. En
consecuencia, el huayruro como herramienta de juego vendría a concentrar
nuestra atención en dicha narrativa, distando de su relación con el tinte
rojinegro que se complementa, pero no determina.
Según
una cita que se encuentra en la Enciclopedia Ilustrada del Perú editada
por Alberto Tauro del Pino en 1987, el huayro es un árbol indígena <<casi
feo, a no ser por la esplendidez de sus flores y semillas escarlata>> a
las cuales el vulgo nombra como huayruros. Aquí encontramos la connotación
social de dichas semillas de color rojo con una mancha negra en el punto de
intersección que servía de juego en diferentes medios, sobre todo, el rural; no
en vano, como los chochos, se usaban en la troya. El empleo de aquellos granos
concede gramaticalmente vistosidad al cuento y me parece una saludable
coincidencia que la gradación del huayruro convenga en la historia con el
atuendo del jergón militar chileno.
Entonces,
a partir de un inocente juego de niños donde un grupo se enfrenta a otro
utilizando los huayruros como proyectiles, se revela la concepción que pudo
tener la niñez sobre algunos acontecimientos históricos que nos llevan a
plantear una interrogante: ¿cómo asimilaron los infantes y la juventud momentos
bélicos de ingrato recuerdo? Y es que dicha visión permanece al margen de la
investigación histórica porque asumimos que la historia está hecha únicamente
por los adultos. Habría que buscar las fuentes que nos permitan recrear aquel
panorama que, lejos del esfuerzo literario de Goyo Torres, demanda la
rigurosidad histórica.
En
la ficción, aquel juego de niños, nos dice el protagonista comenzó apenas se
supo sobre la captura del Huáscar, que nos remite a un 8 de octubre de
1879. Una vez que el monitor cayó en manos de la escuadra chilena, las noticias
de su captura se propagaron rápidamente causando incertidumbre en todo el
territorio nacional, cuya perplejidad duró varios meses sin determinación
alguna. El autor se aventura a detallar las impresiones que provoca dicha
circunstancia en la mentalidad de un ‘ccoro’ de once o doce años cuando dice
que tanto los niños como los adultos estaban a la espera. Lógicamente, los
roles eran distintos, por tanto, luego de las obligaciones, los chicos se
reunían para continuar jugando a la guerra. Vale el esfuerzo de establecer la
analogía que no solo refiere al uniforme mapuche sino al aspecto geopolítico
del conflicto, por ejemplo, en cuanto al establecimiento de los bandos, así nos
dice que los muchachos del valle arriba asumían el papel de peruanos, y los del
valle abajo, la actuación de chilenos. El narrador se desliga de la segunda
facción, procediendo siempre como peruano.
El
segundo episodio asiste al momento de la ocupación chilena que se produjo en
los primeros días de octubre de 1883. En la prosa literaria los chilenos
aparecen de modo inadvertido. Haciendo un esfuerzo de interpretación, era de
suponer que en cualquier momento llegarían, pues ya tenían control del mar y la
costa, por lo que proyectaban con cautela la incursión terrestre que los lleve
a la sierra, fundamentalmente, a Arequipa, lugar donde actuaba una Junta de
Notables como gobierno interino mientras Lima estaba ocupada desde 1881 por el
enemigo. El cargo de presidente de la república lo ejerció el arequipeño
Francisco García Calderón, nombrado como tal el 22 de febrero del ‘81, pero
como no convino al interés chileno, fue capturado y conducido a Chile, quedando
como vice presidente el traidor de Lizardo Montero, quien el 25 de octubre de
1883 –ante mujeres, niños y ancianos deseosos de pelear– convence con su falso
patriotismo, para luego desarmar a la Guardia Nacional sirviendo a otros
interés, situación que no es explícita en la obra.
En
los siguientes episodios narra los relámpagos de dicha invasión. Habla de las
violaciones, abusos y maltratos perpetrados por los chilenos, de cómo el
entusiasmo por el juego decayó a medida que dominaban el valle y del rumor de
que los sobrevivientes del escuadrón del Alto Alianza que estaban en Tacna
vendrían a socorrer la ciudad. A su vez, nos presenta a un personaje (el
sargento Barragán) para descubrir la naturaleza criminal y soez de los
chilenos. Continúa describiendo los escenarios hasta llegar al conflicto del
relato, donde los niños forman un ejército de animales para asustar al pelotón
rojinegro. Ellos deciden avivar el viejo rumor del refuerzo y, provistos de
burros, ovejas, vacas y perros produciendo estruendos en la lomada, simularon
el anhelado arribo del ejército rojiblanco, que, a la huida chilena, el pueblo
se dispuso a recibir con lauros. El asombro fue grande cuando observaron a un
conjunto de muchachitos jugando a la victoria, intrepidez que en una escultura
pública de Vítor encuentra su máxima expresión y hoy admite vocalizar la marinera
de Jorge Huirse (música) y Enrique Portugal (letra):
Montonero arequipeño /Ahora que
acabo la guerra /Ahora que acabo la guerra/ Guarda tu viejo uniforme /Galonado
con heridas /Galonado con heridas...
[1]
Texto leído durante la presentación
del libro: Cuando llegaron los wayruros de Gregorio Torres Santillana,
realizada en uno de los auditorios de la 7ma Feria Internacional del Libro
en el campus de la Universidad Nacional de San Agustín. Arequipa, 2 de octubre
del 2015. / Semanario Énfasis. Arequipa, del 28 de octubre al 4 de noviembre
del 2015. P. 10.
Comentarios
Publicar un comentario