OSWALDO REYNOSO, LAS CALLES BULLANGUERAS Y EL PERÚ ROCANROLERO

 OSWALDO REYNOSO, LAS CALLES BULLANGUERAS Y EL PERÚ ROCANROLERO

Por: Hélard André Fuentes Pastor


Hace algunos años mientras paseaba por los stands de la Feria Internacional del Libro que solía realizarse en el Parque de la Libertad de Expresión en Umacollo, divisé entre los títulos glamorosos que se exhibían en los estantes y anaqueles a un hombre mayor de níveos cabellos y curiosas facciones que luego de autografiar el libro de un escolar que se le acercó continuó revisando un texto, cuyo título tuve presente hasta el año pasado, hoy no lo recuerdo. Me aproximé a él con seria aprehensión pues aquel entrecejo y la quijada lo perfilaban como un ser parco y gruñón. Se trataba del escritor Oswaldo Reynoso Díaz que apenas escuchó mi saludo, se preguntó: ¿Y quién es este muchacho?

En aquella oportunidad le comenté que había escrito un libro sobre uno de los temas más trascendentales de la historia contemporánea de Arequipa, la llamada “Revolución del ‘50”, y que consulté el libro de un pariente suyo, intitulado: “Sangre Derramada. Junio de 1950” (UNSA, 2002). –Mi hermano, me contestó. A través de él, quise entablar contacto con el sociólogo Juan Reynoso Díaz, pero inmediatamente me hizo saber qué hace pocos años había fallecido. Luego, hablamos de los hechos, las consecuencias y víctimas de aquel trágico acontecimiento y, al finalizar nuestra conversación porque iba a participar en un panel, le entregué un poemario de mi autoría esperando recibir un comentario sobre aquella humilde producción que versé con mucha sencillez. Meses después volvimos a encontrarnos. Casi no me reconoció. Entonces le recordé la vez que conversamos sobre Arequipa y su carácter revolucionario.

A partir de entonces me interesé en conocer su obra a plenitud, y aunque no he podido leer todos sus títulos menos plantear un análisis como lo han hecho sus estudiosos, me llamó poderosamente la atención uno de sus últimos libros “Arequipa, lámpara incandescente” (Aletheya, 2014), donde se revela la naturaleza de una época y los personajes que hicieron crepitar las calles de la ciudad. Lo recuerdo hablando del color azul, de aquel sentimiento de culpa al que siempre aducía, de la niñez y la inocencia, de los personajes que aparecen en algunos billetes y su homosexualidad, de la dramática vida de Martín Adán, de la existencia de una política cultural empecinada en trabar a dicho sector, del plan lector y las grandes editoras, entre otras afirmaciones que nos invitan a reflexionar. Lo recuerdo, casi siempre acompañado del escritor Orlando Mazeyra Guillén.

Debo confesar que cuando dijo que Raúl Porras Barrenechea y Abraham Valdelomar eran homosexuales y les exigía a los homofóbicos dejarse de hipocresías y romper el billete de veinte o el de cincuenta soles, quedé escandalizado. Peor aun cuando leyó la última parte de la citada obra y agregó que la niñez no había sido tan inocente. Ante el enfado de muchos, tenía razón. Pronto me acordé de aquella etapa de la vida que solemos purgar, negando, olvidando, e incluso, encubriendo algunos pasajes de nuestra vida y que corresponde a nuestro desarrollo biológico-sexual. Creo que Oswaldo Reynoso era uno de los pocos escritores que no olvidaba, evocaba constantemente un pasado por más doloroso que fuera y no dejaba que pierda actualidad, por el contrario, lo asimilaba a un presente en esa búsqueda incesante de la verdad.

El año pasado –durante la recepción que hubo en los claustros del Monasterio de Santa Catalina por la clausura del simposio “El Quijote desde América (Segunda Parte)”– sostuvimos una larga charla con otros amigos donde destacaba el poeta arequipeño Abel Rubio Loayza y el novelista piurano Miguel Gutiérrez. De vez en cuando nos servían vino y whisky, y fue tan amena la charla que insospechadamente se hizo tarde, ya era medianoche y el local debía cerrar. Durante este evento hubo escritores extranjeros que lo conocían y saliendo de los claustros del monasterio me presentó como un gran historiador.

Me sentí avergonzado por aquella atención. No era para tanto. Habíamos conversado sobre la fundación de Arequipa, le insistí en que el fundador era García Manuel de Carvajal. De pronto pasamos a otro tema, el proceso de industrialización en Arequipa, la presencia de familias extranjeras durante el siglo XIX –me habló de la familia Lombardi–, la confederación que siempre me recuerda a José Luis Ayala, mi proyecto sobre la historia del cementerio de La Apacheta, la Guerra con Chile –tema que le fascinaba a Oswaldo pues atesoraba el recuerdo de sus antepasados–, y otros aspectos históricos que nos acercaron más y me permitieron saber que estaba ante un verdadero intelectual. –Hablamos de todo y de todos, le dije mientras lo acompañaba en el taxi en dirección a su posada. Lo acompañé hasta la puerta y le recordé que no se olvide de revisar un sobre que aquella tarde le había entregado y contenía unos artículos, mis cuentos y un dibujo que hice en su homenaje. Nos volvimos a encontrar a fines del año pasado en el “Hay Festival” que organizó Ángela Delgado. Lo noté contento, atento a la conversación que sostenía con Orlando, nos saludamos brevemente, supe que estaba bien, y me retiré sin imaginar que sería la última vez.

Jorge Oswaldo nació un 10 de abril de 1931 (partida No. 466), cuando Arequipa era una ciudad muy costumbrista, se respiraba el aroma de la campiña y las calles conservaban sus típicas fachadas. Sus padres fueron dos tacneños, el comerciante Luis C. Reynoso Espinoza (n. 1891) y María Rosa Díaz Álvarez (n. 1892), que se casaron por religioso en nuestra ciudad, en la Iglesia de Santo Domingo el 24 de septiembre de 1921 y, por civil, el 1 de octubre de 1921; ambos domiciliaban en Santa Marta No. 311. Oswaldo fue un el autor de obras literarias sui generis donde encontramos un verdadero sentido de la realidad social y cultural que acogió a diferentes generaciones, captando la atención de críticos locales como Pedro Luis González Pastor, Antonio Cornejo Polar y Xavier Bacacorzo en los años ’60, y también ganó el aplauso de narradores nacionales como José María Arguedas.

Luzbel (poemario, 1955), Los inocentes (1961), En octubre no hay milagros (1965, 1994), El escarabajo y el hombre (1970), En busca de Aladino (1993), Los eunucos inmortales (1995), El goce de la piel (2005), Las tres estaciones (2006), Contigo por el camino, pero sin ti (2010), En busca de la sonrisa encontrada (2012) y Arequipa lámpara incandescente (2014), son obras que se colocaron en el corazón adolescente de nuestro país, que nos hablan de sus calles bullangueras, y por ello, continuarán acompañando los abriles de próximas generaciones rocanroleras.

Revista Somos Uchumayo y Somos Yarabamba. Arequipa, octubre del 2018.



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