MONIQUE PARDO: RECUERDOS DE SU ADORADA AREQUEPAY
Por:
Hélard Fuentes Pastor
Hace algunos meses, en
una discoteca arequipeña, se presentó la extraordinaria Monique Pardo. En
aquella oportunidad, además de identificarse con Arequipa y enamorar a la
concurrencia, demostró que sigue siendo auténtica, brillante e inteligente,
cualidades que destacan los periodistas cuando la artista deja un momento su
personaje junto al maquillaje del tocador y nos invita a descubrir una trayectoria
llena de anécdotas e inolvidables experiencias, tanto en la farándula como en
las letras peruanas. Vale recordar que el año pasado, durante las actividades
de la ANTIFIL en Lima, para asombro de críticos, la cantante peruana interpretó
el famoso poema de María Emilia Cornejo: «Soy la muchacha mala de la historia».
ENTRE VOCES Y VERSOS
Muchos autores
desconocen su afición por la literatura; no obstante, sus conversaciones de pequeña
con Luis Alberto Sánchez y su participación en veladas literarias del ICPNA de
Miraflores (Lima). Aquí sobreviene el recuerdo de los poemas que recitó en su
etapa escolar en el Lince, dónde su profesora de Lenguaje reconoció sus altas cualidades
para la lectura y la premió parándola en una silla como símbolo de la clase.
– Ella me distinguió desde los seis años –afirma la artista– y yo me sentí cómo si me hubieran dado una
medalla de oro, me sentí orgullosa. A partir de ese día, empecé a leer poesía,
desde los 5 años, en cada actuación y
festividad.
En una oportunidad,
con motivo del Día de la Madre, interpretó la canción española: «Mi escapulario». ¡La canta como si fuera
ayer! Vestida de torerita, a ritmo del tamboril: «Nunca se supo quién fue su madre /porque la ingrata lo abandonó / Una
viejita lo vio en la calle /y con cariño lo recogió (…)». Al terminar,
arrodillada, las señoras la ovacionaron mientras lloraban de emoción.
Posteriormente, en el
colegio Teresa González de Fanning, conoció a María Luisa Sandoval, una
profesora española que le enseñó teatro e impulsó su talento. Una vez le hizo
recitar los poemas de García Lorca, y cuanto tenía examen de Matemática, le
pedía que la llame para salir a ensayar. A Monique le hubiera gustado seguir
Letras o Derecho, pero no tuvo la oportunidad. Y, aunque causa extrañeza su
paso por la literatura y el teatro, siempre estuvo vinculada a dichos
escenarios como demuestra el estudioso José Beltrán Peña, reproduciendo su
poema «Abril» en la página de la Sociedad Literaria Amantes del País (2017).
– Pepe Beltrán tiene poemas míos y es una
persona que me llamaba y me invitaba a recitales –manifiesta la artista al comentarle que el
poeta es gran amigo nuestro.
Su vida es un infinito
poema de versos sentidos, soñadores e irónicos, que inicia en Lima en 1956,
cuando Carmela Gayoso Berrospi, un 24 de noviembre, dio a luz a una niña. Vivió
junto a ella y su padre, Fernando Rodríguez Pardo, apenas unos meses. Luego, creció
bajo el cuidado de su tía Rosa Mercedes (n. 06-07-1909), a quien considera su
verdadera madre e inspiró la canción «Caramelo», un clásico escrito por el médico-compositor
Rodolfo Gonzales Pinedo (n. 16-06-1944) y grabado en el estudio de Blanca
Rodríguez Vásquez.
– Mi madre fue una hermosa huanuqueña y mi padre Fernando, español. Su
matrimonio se rompió cuando tenía ocho meses de nacida y fui a los brazos de la
hermana de mi madre, Rosa –comenta Monique.
A los 14 años se casó
y tuvo a su hija Lucero Silvia Celinda Márquez, un 30 de marzo de 1971; sin
embargo, no todo sería color rosa. Pronto, su vida cambió. A los 16 años se
divorció con la preocupación de tener que mantener a su niña, y también, a esa
misma edad, el cineasta Tony Vásquez la descubrió como modelo. Dos años más
tarde, se convirtió en maestra de ceremonias de Jorge Eduardo Bancayan Núñez
para la Feria del Hogar, es así cómo conoció a Celia Cruz, Rubén Blandes y
otros cantantes internacionales.
ENTRE LUCES Y TELONES
Uno de sus padres
artísticos fue José Vilar. También hizo cine con Francisco Lombardi y Luis
Llosa. ¡Imagínese! María Silvia Rodríguez Gayoso, además de ocupar numerosas
portadas en diarios y revistas por su personaje: Monique; atesora preciosas fotografías
posando, por ejemplo, para el disco de cumbia «Eterno Amor» de la banda Sonido
2000, que data de 1980. Y, a fines de los años noventa, trabajó como conductora
del programa: «Mójate con Monique», que transmitía vía Canal 33.
La tremenda e
irreverente Monique llegó a entrevistar a los personajes populares de entonces:
la vedette Iris Loza «La Poderosa», con quien sostuvo un picante diálogo sobre
las poses amatorias, quizá con la misma picardía conversó con Javier Valle
Riestra, que recordemos le robó un beso, y cómo no recordar al músico Augusto
Polo Campos.
Podemos charlar horas
de horas sobre tantos personajes; empero, la anécdota más atractiva fue su
encuentro con Mick Jagger del grupo The Rolling Stones en el hotel Holiday Inn,
allá por 1969, cuando el rockero británico visitaba Iquitos para grabar la
película «Fitzcarraldo» del alemán Werner Herzog, entretejiendo una de las
leyendas más comentadas en la prensa nacional. Al respecto, Monique nos anuncia
la próxima publicación de su libro: «También
se puede amar de pie», dónde se ocupa de ésta y otras figuras.
En tanto, nosotros, le
insistimos en lo interesante que sería leer sus memorias, dónde recién podremos
descubrir a la maravillosa pelirroja de la televisión peruana que supo abrir
paso entre tablas, luces y telones, y, a la valiente mujer que enfrentó
episodios difíciles siendo víctima de un secuestro, prejuicios sociales,
violencia e impunidad.
«MI ADORADA AREQUEPAY»
Sus lazos con Arequipa
son fuertes. Remiten a la juventud, cuando llegó con Susy Díaz para trabajar
–sorpresivamente– en un night club. El contrato parecía interminable, duró dos
meses, y en ese tránsito sucedieron muchas cosas.
– Yo nunca, en mi vida, había trabajado en un night club; entonces, me
chocó un poco, pero me enseñó mucho. Me enseñó que no soy nadie para despreciar
a mi propio género: las mujeres, que no tienen la suerte de tener unos padres
que les paguen estudios (…) Tendría pues 25 años (…) Y, un día entró un tipo a
mi cuarto, había pasado poco tiempo de mi secuestro, y tenía mi pistola en la
mesa de noche porque el juez me había dado licencia, saqué la pistola, casi de
espaldas le apunté al tipo y éste retrocedió. ¿Con qué cara de loca me habrá
visto? (…) Yo lloraba mucho y quería volver a Lima.
Aquí, aprendió a
respetar el oficio de tantas mujeres que al inicio las calificó de forma
agresiva. Las insultaba, y a pesar de ello, cuando lloraba, corrían a
consolarla.
– ¡Les pedí perdón! (…) Mira que buenas, ellas
me consolaban cuando yo las insultaba (…) Ahora, yo fui a Las Cucardas en Lima
con una obra de teatro que se llamó: «Tiempos de SIDA», para darles un mensaje
que hay que cuidarse. Cuando me refiero a ellas públicamente siempre digo: Yo
respeto a mis amigas «Las Polillas», porque detrás de ellas siempre hay una
historia, y muchas de las historias son hijos (…)
También enamoró con un
chico que era dueño de una panadería, a quien describe guapo, bueno y educado;
y conoció a un señor que le regaló un Mercedes, incluso llegó a irse a Lima, le
propuso matrimonio, pero nos confiesa entre risas que la aguantó siete meses y
no llegó a casarse. Sin embargo, el vínculo más fuerte con la Ciudad Blanca fue
su amistad con el locutor Humberto Martínez Morosini, de quien aprendió tanto,
y, sobre todo, el maestro Mario Cavagnaro, a quien quiso como a un padre.
– Yo, jovencita, le digo: «ya no quiero enseñar
mi cuerpo, todo el mundo me mira la cola, en todos los periódicos, primera
plana». «Canta», me dijo. Don Mario Cavagnaro me adoraba (…) Él fue mi padre,
para mí y para mi hija, nos llevaba los domingos a los patines, al circo, tuvo
mucha paciencia (…) Él me enseñó las primeras técnicas para cantar, me dijo:
«Cantar es una técnica» (…) ¡Me has hecho recordar! Voy a grabar «El regreso»,
porque fue mi gran maestro (…) Con una pierna, estando ya grabe, vino a mi casa
a despedirse (…) Un gran baluarte de Arequipa, sería maravilloso que le
realicen un recuerdo póstumo –ratifica con grata sensibilidad.
Finalizando la
entrevista, en halo de misterio que nos tiene acostumbrados, señaló lo
siguiente: – Yo siempre me refiero a mi adorada Arequepay, porque un hombre que me
amó allí, me enseñó que se decía Arequepay (…)
Es probable, que cada
uno de estos pasajes que retornan bíblicamente a sus labios y se han empoderado
de un labial de múltiples expresiones, sean la mayor evidencia de sus aptitudes
literarias. Hoy, ya no es el inocente rostro de una bailarina que en los años
setenta compartía escenario con Carlos Mándros (de Perú Negro) en el local «La
Gata Caliente», la atractiva portada de los discos de Tulio Enrique León, Néstor
Quintero, entre otros, o la voz ranchera en el «Xochimilco»; sino un testimonio
de vida que ha llegado a rendir homenaje a escritores como César Vallejo.
DIARIO "EL PUEBLO" 19-01-2019. AREQUIPA.
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