LUIS PALAO BERASTAIN: UN ROSTRO DE LA PINTURA PERUANA
Por: Hélard Fuentes Pastor
El capítulo más importante de la pintura peruana de nuestro
tiempo, se ha escrito con el extraordinario talento del artista Luis Palao
Berastain. Su excepcionalidad no radica en los titulares que ha ganado sin
proponérselo o en las reseñas biográficas que advierten su genialidad en el
manejo del lápiz y el pincel; se encuentra en un vínculo con el campo, con la
tierra, con aquellos hermosos paisajes que podemos contemplar en sus cuadros y
los perfiles –modestos y meditabundos– retratados en cada uno de ellos.
Su personalidad se ha hecho con la alforja del hombre
andino y bajo el cielo azul de la cordillera, viajando, ya sea por capricho o
los atestados de vagancia, y contemplando una naturaleza mística que no se
puede conocer en los libros, de forma teórica, más bien, coexistiendo con ella,
cómo quien pertenece a dicho entorno y ama su temporalidad. Por ese motivo, no
dudó en alejarse del movimiento citadino, de las calles bullangueras e
iluminadas, de los títulos y las condecoraciones, de las escuelas y sus grados;
tal vez, con el único propósito de vivir, o, sencillamente, existir, y para
ello, a veces no importa el punto de partida ni la dirección.
En una entrevista realizada por Luis Felipe Alpaca, el
pintor mencionó que no se consideraba arequipeño; aseguró haber nacido en la
hacienda Humaya de Huacho, una localidad que se encuentra próxima al río Huaura
en Lima. Probablemente, fue una manera de reaccionar ante la pregunta que
realizó Alpaca: ¿Se siente orgulloso de ser arequipeño? Era natural esperar
dicha respuesta, tratándose de un hombre que no entiende regionalismos, no cree
en las fronteras y menos defiende etnocentrismos.
En realidad, bajo su propio testimonio (en otros diálogos),
y como refrendan las fuentes bibliográficas y hemerográficas, nació en la calle
Jerusalén de Arequipa, y podemos confirmar que abrió los ojos un 18 de
diciembre de 1943. Luego, la familia se trasladó a Miraflores donde hizo la primaria
en la escuelita Muñoz Najar. Continuó sus estudios en el colegio de La Salle.
Aquí –según Dante Zegarra López– tuvo su primer contacto con la pintura. Conoció
al profesor Víctor Torres Cruz que le enseñó a preparar sus propios pigmentos
en base a tiza. Palao recuerda que estaba en tercer año y Torres le enseñaba el
curso de Iniciación Técnica.
A esta evocación, se suman sus estudios en el colegio de la
Independencia Americana, donde no solo acabó la secundaria, sino vivió uno de
los momentos fundacionales de su vida… Durante un viaje de estudios, internado
en las cuevas de Sumbay que visitó con su profesor, el recordado Eloy Linares
Málaga, quedó maravillado por las múltiples pinturas rupestres que hizo el
hombre primitivo. Su paso por dicha institución debió ser tan fuerte que –a
pesar de haber transitado por las aulas argentinas donde hizo cuatro años de
Arquitectura en la Universidad Nacional de La Plata– el mayor puntal en su
formación fueron los claustros alfeñiques.
Luis Palao provino de una familia clasemediera del siglo
XX. Su padre, Mariano A. Palao Villegas (n. 1905) era un conocido médico
arequipeño de raíces tambeñas, y, su madre, Rosa M. Berastain Berastain (n. 05/10/1912),
una enfermera limeña. El núcleo familiar debió transcurrir entre Lima y
Arequipa, por lo que sus hermanos nacieron en diferente ciudad. El matrimonio
Palao Berastain tuvo varios hijos: Bertha (✞), Rosa (✞),
Mario (n. 20/04/1936), Pedro Alberto (n. 30/01/1938), Julia Concepción (n. 08/12/1939),
Juan Bernardo (n. 17/12/1941), Bertha Rosalía (n. 28/12/1945) y Carmela Leonor
(n. 04/05/1950).
Luis Enrique no se ufana de haber nacido en Arequipa. Daría
lo mismo aquí o allá, en realidad, el ser itinerante relega la sobrevaloración
hacia el terruño. La familia tiene un profundo significado, igual que sus
maestros del colegio; sin embargo, evita las idealizaciones y las obligaciones
sentimentales. Su amor más profundo es trajinar con un material para pintar.
Julia era consciente de su destino, y aun siendo adolescentes –Palao con 12
años– su hermana le compró una caja de acuarelas como regalo que encargó su
padre. Al llegar a casa, don Mariano le dijo a ella: «Ya lo acabo Usted de
joder todo, ese hombre va a dejar de estudiar».
Su primera exposición fue en 1965 en Buenos Aires. En
aquella patria, entabló amistad con su segundo maestro, Ismael Calvo Perotti, a
quien trató en la segunda muestra que organizó. Frisaba los 20 años y el
crítico trató de ‘adefesios’ a sus pinturas. Palao llevado por la curiosidad de
semejante comentario, lo visitó en su casa, y en esas reuniones recibió clases
y se sintió motivado para migrar al norte. Después, vivió un tiempo en Jujuy,
y, recién, retornó al Perú, estableciéndose en Urubamba (Cusco). A partir de
entonces, conoció las dimensiones del Perú Profundo. Otro tiempo permaneció en
Calca y conoció tantos pueblos hasta Chumbivilcas.
No estuvo en sus prioridades participar en concursos y
galerías, pero su obra ha sido difundida por terceros a nivel nacional e
internacional. No obstante, muchos testimonios señalan que rehúye a los halagos
y le incomoda que lo traten de ‘maestro’, aunque tiene el carácter arisco de
uno y sus comentarios respecto al panorama artístico de la capital permiten
considerarlo como tal. Agudo, punzante y directo cuando se trata de observar el
movimiento artístico, las Escuelas de Arte y los museos.
Pronto, se casó con Liese Anna Julia Ricketts Borchard (n.
1948). Eran los años 70 y producto de su matrimonio nacieron dos hijos: Sebastián
(n. 15/01/1974) y Francisco (n. 25/05/1977). Sucedieron inolvidables anécdotas,
la ocasión que conoció a su suegro en Chicago, el pintar las escaleras del
edificio del Museo de Chicago que lo hizo ver como un transgresor o la
demostración de cómo preparar el Cuy Chactao en el colegio de su hijo mayor
dejando a más de uno boquiabierto por la forma en que mató al animal. Su
espíritu trashumante continuó latente hasta nuestros días. Por ahí leí que en
los años 80 tuvo otro hijo, y en los años 90, producto de una relación con
Gabriela María Lambarri Orihuela (n. 05/11/1966), nació Cristina (n. 1994).
A Luis Palao no le avergüenza reconocer que su mayor empleo
ha sido vagar. ¿Tendría qué? En realidad, dicha expresión guarda múltiples
significados, aquellos que se desprenden de las entrevistas que ha brindado,
por ejemplo, para César Hildebrandt y Raúl Tola. Interesantes conversaciones
que arriban a un mismo punto: la admiración a su obra. Así ocurre cuando
Eduardo Moll se ocupa de su vida en un libro publicado en 1990 o en los
artículos escritos por Nexmi Daza, Elio Huancapaza Huanca, Gabriela Lavarello
de Velaochaga, un largo etcétera; siempre entusiasmados por la singularidad de
su talento que supera cualquier prejuicio o extrañeza.
Los años no pasan cuando se tiene un corazón habitado por
árboles, montes y ramadas. Eso transmiten sus obras, el viento helado, o, una primavera
o un verano que aparecen, quizás, para reencontramos con nuestras raíces
milenarias.
Ref. Diario El Pueblo. Arequipa, 22 de mayo del 2020.
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