LOS LOCOS DE NUESTRA HISTORIA
Por: Hélard Fuentes Pastor
– «Quintino
Quintinorum, Sacrum Sacrorum…» Solía presentarse a los demás.
Algunos lo
recuerdan en los alrededores de la ciudad. Otros asesorando a la gente con
singular desenvolvimiento o en la Corte Superior de Justicia (en la antigua
sede en la calle San Francisco). No falta quienes han grabado en su memoria el
perfil de un verdadero orador impartiendo clase en la UNSA, cuando Letras se
encontraba en San Agustín y Derecho en el actual Complejo Cultural Chávez de la
Rosa. Por momentos, Quintino parecía lúcido; pero pronto, a discreción, dejaba
notar la entrañable anécdota de un hombre pintoresco que producto de un duro
golpe en la cabeza, perdió el juicio.
Aunque
proclamaba a los cuatro vientos que su nombre devino de una revelación suprema,
decía ser Dios y atesorar un conocimiento que ningún otro hombre tenía el
privilegio de poseer. En realidad, fue inspirado en 1930, cuando sus padres lo
registraron como Quintín Delgado Valdivia (partida de nacimiento No. 1282).
Realmente, era una persona amena, dialogante, que siempre estaba enternado, con
su medalla en el pecho y el cartapacio en las manos. Le gustaba participar de
las ceremonias, a veces haciéndose pasar como autoridad local o tomando el pelo
a los incautos que lo confundían por su trato señorial.
Aquel personaje
ha grabado memorables anécdotas en la ciudad, según hemos datado desde fines de
los años 60.
Víctor Hugo
Mendoza recuerda que cuando ingresó a trabajar en Correo, lo encontró en la
oficina de Heriberto Luza, confundiéndolo con un trabajador más. Al decirle que
iba a utilizar el espacio, le contestó: «No, no puedes moverme: soy Dios…».
Willard Díaz anota que en una ocasión interrumpió las clases del doctor Pedro
Luis Gonzáles Pastor, para indicarle que ya era su hora de dictado. Chalo
Guillén afirma que conocía el marxismo y le reclamaba al arzobispado el
alquiler de la Catedral. A decir verdad, se creía dueño del universo. En tanto,
Oswaldo Chanove, sostiene que la pérdida del juicio se debió a una discusión
ideológica, pues se trataba –según él– de un dirigente trotskista a quién un
stalinista le pegó con una silla en la cabeza.
Quintino, como
ningún otro arequipeño, conoció los rincones de su tierra. Era un andariego,
pues bajo otros testimonios, vivía en Alto Selva Alegre, y desde allí comenzaba
sus ‘inspecciones’ visitando múltiples instituciones y/o empresas del Centro
Histórico de Arequipa. Recordado por muchas generaciones hasta el año 2004 en
que falleció –según advierte Rubén Cerdeña–. Cuentan que para su funeral, Juan
Manuel Guillén Benavides, cedió un terno azul con el que lo vistieron. Aquel
era de su misma talla.
Así fue
enterrado con el recuerdo palpitante de una histórica ciudad que también se
narra a través de sus personajes pintorescos, pues como aquel hubo otros
emblemáticos: el ‘loco Magallanes’ que paraba en Siete Esquinas e incluso lo
vieron en el tranvía de Antiquilla; la ‘loca Collantes’ que con sus collares y
un sombrero solía presentarse en los matrimonios o las misas dominicales; Pepe
Choc Choc, etcétera. Quizás aquellos recordados por Teodoro Núñez Ureta: Plac
Plac, Don Telésforo o Juan de la Peña, lo cierto es que –como bien decía
Federico More– «en todas partes hay locos; pero como los locos de Arequipa, en
ninguna parte del mundo».
Hoy, transita en las calles, una mujer furibunda provista de
numerosas proclamas en el cuerpo. Se planta en medio de la pista atemorizando a
los viandantes, que de vez en cuando se ganan con sus afrentas o pregones de
justicia. Así también es nuestra Arequipa.
En: Revista ECO. Diario El Pueblo. Arequipa, 15 de agosto del 2021.
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