LA NEVADA: UN FENÓMENO ATÍPICO DEL AREQUIPEÑO
Por: Hélard Fuentes Pastor
Alguna vez en
nuestras conversaciones con los mayores hemos escuchado de ‘la nevada’, un
malestar arequipeño que alude al ánimo triste y decaído del ciudadano mistiano.
No se trata de
un capricho, tampoco de una invención, menos de un fenómeno meteorológico. En
realidad, aquel padecimiento está registrado desde la época de M. Ladislao
Cabrera, incluso antes, pues según el historiador, aquella baja de temperatura
«en otro país sería un simple fenómeno meteorológico, en Arequipa es además
fisiológico» (1924).
En efecto, hemos
encontrado un artículo del doctor Antonio Lorena en la revista «La Crónica
Médica» de 1896, que «entre los fenómenos propios, especiales de nuestro país,
tienen lugar preferente las nevadas de Arequipa a causa de sus caracteres
particulares que les dan una fisonomía muy original, desconocida fuera de la
localidad donde están radicadas». Para el autor es curioso porque no se trata
de una típica nevada con «caída de nieve», sino que se debe a la sequedad del
aire.
Cabrera
complementa la versión afirmando que hay ‘nevada rala’ y ‘nevada cerrada’, lo
que para algunos ciudadanos de su tiempo influyó en el organismo del citadino.
Aquello, anota Lorena, dura «ordinariamente un día, excepcionalmente dos o tres
días, y en el curso de ellos, todos o casi todos los habitantes experimentan
efectos variados».
Siguiendo la
versión consignada por el autor, si «los reumáticos sienten sus articulaciones;
los neurópatas son torturados por el grito destemplado de sus nervios, y el que
menos, sufre un cambio de humor» estás padeciendo la nevada. Curiosamente,
aquello también afecta a los animales (caballos, perros o aves) que tienen
reacciones asustadizas o retadoras.
Del mismo modo,
en una escena de «Jorge, el hijo del pueblo» de María Nieves y Bustamante, en
un diálogo, un personaje advierte: «Si (…) es que hay nevada y me ha atacado de
firme», o, en una crónica de ‘El Tunante’ (Abelardo Gamarra): «ese día está de
nevada y todos como él, están de mal humor, con un spleen mortificante, una
jaqueca insoportable en las mujeres; otras veces el viejo se presenta con lo
que llamaremos su cara blanca como si acabara de jabonarse (…)» (1883).
Lo que deja suponer que es una antigua expresión arequipeña. Quiere
decir que existe un vínculo entre el fenómeno y el temperamento de los
citadinos. A veces «hondamente sentimentales y querendones, por una parte;
altivos, rebeldes y atrevidos, por otra». Un fundamento que puede explicar el sentido
de algunas ambivalencias que sustentó en un ensayo la literata agustina Rosa
Núñez Pacheco.
¡Ay el
arequipeño! Hasta en estas cosas es complejo –risas aparte–. Ja, ja, ja.
En: Revista ECO. Diario El Pueblo. Arequipa, 15 de agosto del 2021.
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