LA AREQUIPEÑIDAD DE MARIO VARGAS LLOSA Y ALGUNOS APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE SU PRIMERA INFANCIA
Por: Hélard André
Fuentes Pastor
“Mario se acerca con devoción
a la casa hogareña y en el subconsciente, donde se genera la fuerza creadora,
siente la nostalgia y añoranza de la ciudad del sillar y la maravilla del Colca”
(Helard L. Fuentes Rueda, 2010).
Existen muchas
formas de explicar la permanencia de un personaje en la historia y nuestros
procesos sociales, ello se debe a los criterios que utilizan los estudiosos
para tratar un momento de su vida o su producción, siempre, teniendo en cuenta
que la atmósfera en la cual crecemos y nos desarrollamos influye en la realización
de las potencialidades. De esta manera, convenimos en la exposición de ideas
con un carácter interdisciplinario que permita aunar el proceso histórico con las peculiaridades, conductas afectivas e
individualidad del protagonista. Somos parte de un contexto, y en el transcurso
de la vida, estamos sujetos a sus conceptos y simbologías. Esto demanda, en
primer lugar, explicar la ‘arequipeñidad’ en relación a nuestro personaje a
través de lo psicológico, lo social y las mentalidades, sin la necesidad de
acometer con un estudio explícito al respecto.
En tal sentido, diferentes
intérpretes de nuestra historia se formaron bajo una ‘arequipeñidad’ muy
marcada desde su nacimiento, tal es el caso de muchos escritores nacidos, sobre
todo, en la primera mitad del siglo XX,
como: Alberto Hidalgo Lobato, César ‘Atahualpa’ Rodríguez Olcay, Guillermo
Mercado Barroso, entre otros, cuya producción corresponde a la época del empoderamiento
de ‘lo arequipeño’ en el imaginario social. Empero, surge otra ‘arequipeñidad’
que se adquiere del proceso de socialización y vinculación con las
particularidades que ofrece el entorno donde se convive, producto de este
aprendizaje ha surgido un “sentimiento de pertenencia” como los afectos
suscitados con esta ciudad en el escritor e historiador puneño Vladimiro
Bermejo o el famoso pintor loretano César Calvo de Araujo.
El desarrollo del
temple arequipeño se ha dado progresivamente de la interiorización del
individuo, articulando los elementos que constituyen el medio sociocultural. En
un primer plano, se inicia en la infancia, y en segundo momento, se estructura
en las diferentes etapas del ser humano y su trajinar diario en la vida. Ello
nos conduce a una reflexión: la ‘arequipeñidad’ de nuestro Premio Nobel de
Literatura, Mario Vargas Llosa, no solo está probada con una partida de
nacimiento sino también porque su vinculación con esta tierra es latente a
través de sus parientes y cobra resonancias espirituales en su obra.
La ‘arequipeñidad’
de Mario Vargas Llosa, se puede explicar mediante de diversos ensayos y
apreciaciones críticas sobre su producción intelectual y literaria; sin
embargo, resulta válido, hacerlo desde una perspectiva histórica en base a un
estudio biográfico que nos aproxime a las condiciones de vida del personaje y
sus antepasados. Incluso, a partir de estas inmediaciones, podemos apreciar el
conjunto de manifestaciones afectivas donde el sujeto ha experimentado variados
tipos de vivencia. No es ajeno, que dichos estímulos –los cuales provienen de
un continente interno y externo–, repercutan en la estructura psicológica y
encuentre interrelaciones con otros factores de su formación.
A propósito, el
historiador y paleógrafo arequipeño Helard Fuentes Rueda, ha investigado sobre
la vida y parentela de nuestro destacado novelista arequipeño, publicando en el
año 2010, dos artículos titulados: “Arequipeños de talla mundial. Alejandro
Olmedo nació cuatro días antes que Mario Vargas Llosa” (Diario “El
Pueblo”, 16 de octubre) y “Los Llosa y el Premio Nobel de Literatura:
complementando la memoria familiar” (Diario “El Pueblo”, 07 de
noviembre). Ambos basados en la documentación que se resguarda en el Archivo
Regional de Arequipa, y los cuales, nos permiten escribir esta reseña con la
saludable pretensión de dar a conocer nuevos enfoques de estudio y lo que
algunos intelectuales locales vienen desarrollando en ejercicio de su profesión.
Como muchas otras
familias arequipeñas, los Llosa tienen una ascendencia que nos remonta a
inicios del siglo XVIII, periodo que aún abraza un marcado tradicionalismo
colonial. Según menciona el historiador: “probablemente,
a fines del XVII, pero no así en el siglo fundacional”, es decir, no existe
la posibilidad de encontrar aquella progenie en la Arequipa del siglo XVI. Helard
Fuentes, data con acuciosidad histórica a dos personas como los primeros Llosa
que llegaron a la Ciudad Blanca: Juan y Antonio de la Llosa, primos de
parentesco.[2]
La presencia del
primero es de 1703, pero se tiene conocimiento de que antes estuvo en Lima
donde logró amasar una fortuna. Juan, con el grado de Capitán, contrajo
matrimonio en Arequipa con la dama Francisca de Bracamonte y Bustíos, quien era
hija legítima del Maestre de Campo don Gaspar de Bracamonte y de doña Feliciana
de Bustíos. Ambos recibieron una “dote de
21 mil pesos, él le entregó en arras excesivas 9 mil pesos”. En dicho
documento, también se refiere que Juan era “natural
del valle de Tursios o Trusios, en el valle de las encartaciones del muy noble
y leal señorío de Vizcaya, en España, hijo legítimo de Simón de la Llosa y de
doña Catalina Llaguno”. Determinar aquellos orígenes es trascendental
debido a que imprime una rasgo de carácter genealógico, además de evidenciar en
una investigación, el conjunto de elementos que integran al proceso histórico.
Estos antecedentes
nos conducen a la cepa española del apellido Llosa. Juan, documentalmente, ha
realizado una serie de trámites consignados en la notaría de los primeros años
del siglo XVII. En 1706, encontramos a este capitán otorgando un poder a
Francisco de la Peña (resiente en la villa de Moquegua), para vender “un negro mi esclauo [esclavo] nombrado
Manuel, de casta Caraueli [Caraveli], de edad de diez y ocho a ueinte [veinte]
años”; cuatro meses después, está desenvolviéndose como Maestre de Campo.
Posteriormente, se registra la compra de algunas propiedades cuando ya era
dueño de una hacienda en el Valle de Vítor, tierra vinícola por excelencia. Tales
referencias nos llevan a presumir que el tronco genitor materno de Mario Vargas
Llosa fue Juan de la Llosa.
Se sabe que éste
personaje tuvo cinco hijos: Joseph, Juan Antonio, Simón, Gaspar y Sor María
Teresa del Carmen de la Llosa (conocida como la Monja Carmelita); y que fue
sepultado en la iglesia del convento de San Francisco, “sin ninguna pompa ni vanidad, sino es con la humildad que se
acostumbra con los religiosos, poniendo mi cuerpo en el suelo, sin más
asistencia que la de los religiosos de dicho convento”. Actualmente, como
considera Fuentes Rueda, a partir de éste hombre se puede referenciar a diversas
familias con dicho patronímico: “en el siglo XVIII, los Llosa Zegarra, Llosa
Llosa, Llosa Barreda, Llosa Rivera, Llosa Benavides. En el siglo XIX, los Llosa Abril, Llosa Belaúnde, Llosa Badiola, Llosa
Bustamante, Llosa Landázuri, Llosa Nava, Llosa Pardo, Llosa Pascua, Llosa
Rivero, Llosa Torres, Llosa Velando, Llosa Vizcarra, Llosa Villalón, Llosa
Villalonga. Y en gran parte del siglo XX,
los Llosa Chávez, Llosa Gamarra, Llosa García, Llosa Ibárcena, Llosa Llosa,
Llosa Paredes, Llosa Polar, Llosa Ramírez, Llosa Ricketts, Llosa Talavera, Llosa
Ureta, Llosa Vargas”.
Es en este último
siglo que se determina un parentesco por línea materna próximo a Mario Vargas
Llosa. Ciertamente, su madre, María Aurora Elena Llosa y Ureta, nacida el 30 de
marzo de 1914, fue la hija mayor de Pedro José Llosa y Bustamante (nacido en
1885) y Carmen Ureta Vargas (nacida en Tacna en 1886). Los otros hijos de este
matrimonio fueron: Luis Augusto, María Laura Elena, Pedro José Oscar y Jorge
Belisario. Según se ha consignado en el estudio biográfico del historiador
Helard Fuentes Rueda, su abuelo tuvo los oficios de “comerciante, hacendado y empleado […] y la esposa, una mujer también
de trabajo en casa”, es decir, hablamos de una familia hogareña, de
principios y valores sociales, recordemos que en aquella época las mujeres
estaban estrechamente vinculas al papel formador de los hijos, la devoción
religiosa, el cariño hacia la patria y la labor social.
Cuando Pedro y
Carmen formaron este hogar vivieron “en
la calle La Merced 132, luego en San Juan de Dios 54, en Jerusalén 309, de
nuevo en San Juan de Dios 640, en Ejercicios 505 y por último en La Merced 106”.
Pese a la mudanza constante, se trató de una familia muy unida, incluso se sabe
que el abuelo, aproximadamente en 1936 decidió a trasladar a su familia a
Cochabamba en Bolivia, ya que fue “contratado
por la empresa palestina Said e Hijos, que tenía, como otras, su base de
operaciones en nuestra ciudad”; y, asumimos que buscaba el bienestar de los
suyos, dadas las circunstancias que se explican en los siguientes párrafos. Por
otra parte, el historiador Fuentes Rueda, propone una hipótesis frente a la
relación del abuelo con otros parientes, la cual parece ser distante, y es que “por esos años la Empresa de Teléfonos de
Arequipa y Mollendo, fue propiedad de don Gustavo A. Llosa y Llosa. En ella don
Pedro José o su hija Dora hubieran conseguido, fácilmente, un empleo. Pero el
destino trazaba su urdimbre”.
Los padres de Mario
Vargas Llosa, Dora Llosa y Ernesto Juan Vargas Urbina[3],
se casaron por matrimonio civil, un 3 de junio de 1935 en Arequipa.[4]
Después de estas nupcias, no todo fue color rosa; sobrevinieron momentos de
gran dificultad. Ernesto Juan, era un hombre muy riguroso, de conductas
violentas que terminaban en maltratos físicos y psicológicos. El comportamiento
malgeniado del esposo tuvo que ser chocante para Dora, quien acostumbraba a un
trato familiar, nutrido por las buenas relaciones y la sensibilidad. Algo
fallaba, por lo que su relación amorosa no pudo expresarse como un sentimiento
profundo de larga duración; se dio, esencialmente, a través de emociones
contritas como el llanto, la tristeza y añoranza.
Aquella situación
era complicada, pues, además, Dorita estaba embarazada y sucumbía a la
vulnerabilidad propia de las condiciones. Según Helard Fuentes, “doña Dora, fue una mujer de las que
conocemos como abnegada y sacrificada por su hijo. Es la imagen opuesta a la
madre desaprensiva e indolente. Pero también sintió un amor enfermizo por su
marido, no obstante los maltratos que ella y su hijo recibían continuamente de
éste. Sin embargo, comprendió muy a tiempo que su hijo, que había vivido
rodeado de mujeres y mimado de todos, necesitaba –como decía mi madre– el “rigor de padre”. En la relación tirante
que Mario sostuvo con su progenitor, se forjó sin intentarlo su carácter, y su
madre se encargó de morigerar sus odios y rencores, sin importarle pasar a un
segundo plano”. No cabe duda, que el ambiente familiar coadyuvó al desarrollo
de la personalidad del notable escritor, como se menciona en uno de los
artículos: “la relación tirante y opuesta
con su padre, en definitiva, templó su carácter y reforzó su vocación por la
lectura y la escritura”; sin embargo, ninguna idea exige ser irrebatible
pero permite entregarnos al impacto de su significado.
Alejándonos de tal
interiorización, importantísima, en la media que permite explicar la intimidad
de los primeros años de vida del escritor. Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació
un 28 de marzo de 1936 a las 12: 45 de la madrugada en una casa alquilada del
Boulevard Parra 101.[5]
Aquel día –según los documentos– también irrumpieron con su llanto las
siguientes criaturas: Juan Sixto Doroteo Vera (2: 30 a. m.), Juana Yolanda
Chirinos Prada (7: 00 a. m.) y José Carlos Andrés Meneses y Meneses (10: 40 a.
m.). El paleógrafo arequipeño afirma que en este último nacimiento, “posteriormente, se hizo una rectificación
en el apellido de Carlos, la misma que sólo aparece en la partida del libro
principal, como: “Carlos Meneses Cornejo y Meneses”, más no así en el
duplicado”.
Respecto al
nacimiento del Premio Nobel, se encierra una incógnita en torno a la partera
que lo atendió, tanto él como al destacado periodista Carlos Meneses Cornejo. Helard
Fuentes Rueda, se permitió realizar una seria conjetura que resulta útil al
estar basada en la documentación histórica. Luego de plantear la siguiente
pregunta: ¿Quién asistió el nacimiento de Mario (en Boulevard Parra 101) y
Carlos (calle Melgar 213)?, comenzaron las meditaciones y pesquisas que el tema
en cuestión sugería. Pada dar respuesta, se detectaron entre los años de 1935 y
1939, hasta nueve obstetrices nacionales en el cercado de la ciudad, las cuales
fueron: Lydia Barrionuevo, Isabel Béjar, Rosa de Bustíos, F. Gómez de Castillo,
Felicidad Gómez F., Aurora T. Vda. de Venegas, R. M. Luque Vera, Águeda Cano y
Claudina Maldonado, las dos últimas actuaban a nivel del “Hospital Goyeneche”.
En este punto, es
primordial identificar qué criterios pueden acercarnos a la verdad histórica.
Entonces, las direcciones resultaron pertinentes dada la ubicación de los
domicilios; no obstante, aún la interrogante no deja de ser complicada,
fundamentalmente, porque en las partidas de nacimiento no consta el nombre de
la persona que atendió a las madres durante el parto. A partir de las
direcciones domiciliarias, el historiador comenzó a bosquejar una serie de
hipótesis razonables.
La obstetra Isabel
Béjar, vivía en la casa de la calle Melgar 320, es decir, a la siguiente cuadra
de la casa de Meneses. Rosa de Bustíos, vivía en Tacna y Arica s/n. y R. M.
Luque Vera, en la Merced 314, ambas próximas al hogar de Mario. Ante ello, Fuentes
Rueda, presume que una de estas nueve mujeres pudo asistir el alumbramiento,
pese a que “la tradición familiar Menesiana
tiene el pálpito que fue una mujer de origen extranjero y a la que trataron de
“miss”. El trabajo del historiador radicó no solo en establecer juicios
críticos frente a la documentación, lo cual permite explicar algunos
acontecimientos, sino también en argumentar los discernimientos con las pruebas
adecuadas y su tratamiento correcto.
Puede que no exista
registro de aquella dama foránea; pero es importante haber señalado que extrajeras
discurrían por la ciudad en aquella época y podrían ser las parteras. El
historiador, encontró a dos señoritas: una era Gertrude Evelyn Phillpotts,
quien por ese entonces “tenía 54 años de
edad, era soltera, natural de Londres, Inglaterra, y fue vecina de Arequipa, y
por añadidura se desempeñaba como institutriz, es decir, como maestra
particular a domicilio”; y Clarisa Pikmans de Gonzáles, que tenía “23 años, de oficio propietaria, natural del
distrito de Chariña en Parinacochas-Ayacucho, vecina de esta ciudad, casada con
Alberto Gonzales”. Difícilmente, estas mujeres atendieron el parto; lo que
hace suponer, la improbabilidad de una partera extranjera. Por lo tanto, queda
pendiente profundizar, siempre teniendo en cuenta que supervivía la costumbre
de dar a luz en las casas y que las parteras eran muy solicitadas.
Dora no siempre
vivió en aquella casa ubicada en Boulevard Parra, lugar donde tradicionalmente
se daba inicio al corso de flores en tiempos del carnaval. Los problemas en el
matrimonio Vargas Llosa generaban un ambiente de tensión, y seis meses después
del nacimiento de Mario, la mujer y el pequeño se mudaron a una casa sin número
de la urbanización “El Vallecito”, la cual quedaba cerca de la anterior. Distanciada
de su marido, el 16 de setiembre de 1936, Dora se acercó a la notaría de J.
Enrique Osorio, “y dio un poder al Dr.
José Ernesto La Rosa Vargas, facultándolo <<para que otorgue recibos por
los alimentos que debe prestar el indicado Vargas a nuestro hijo Jorge Vargas
Llosa>>”. Aquel escenario de desavenencia y abandono, debido ser
frustrante para la joven madre, colmando de ausencia su nuevo hogar en la
urbanización “El Vallecito”. Posiblemente, tal y como afirma el historiador,
por setiembre –luego de otorgar ese poder– la familia Llosa decide emprender su
viaje a Bolivia.
Pese a la
distancia, Dora no logró solucionar los problemas con su esposo, continuando un
juicio de divorcio en Lima que fue sentenciado el 30 de diciembre de 1939. Un
año después, por octubre de 1940, cuando en Arequipa se realizaba el II
Congreso Eucarístico Nacional, la familia Llosa retornó a la tierra del Misti, Mario
ya tenía 4 añitos, y estuvieron hasta inicios del próximo año. El 25 de enero
de 1941, la señora Dora obtuvo el pasaporte para regresar a Bolivia.
Cuando Mario
frisaba los diez años, lejos de su entrañable tierra natal, radicando en Piura,
tuvo lugar la reconciliación de sus padres “e
iniciaron una relación tormentosa y atormentada”. Lo que marcó
profundamente la vida de nuestro escritor, pues como lo demuestran los procesos
afectivos, una serie de emociones encontradas versaron el talante del escritor,
mostrando vocación por la lectura y la escritura.
Indudablemente, el entorno
familiar del niño Mario –compuesto por la madre, los tíos y dos primas de
aproximadamente su edad– durante la infancia, influyó decisivamente en su
sensibilidad.[6] Este
tipo de aprendizajes está profundamente marcado por conductas de agrado o
rechazo a determinadas cosas y personas. Sin embargo, los estímulos que provienen
de ese ambiente hogareño fueron positivos para el desarrollo del pequeño, como
bien se menciona, fue muy consentido, sobre todo por una tía suya, llamada
Elvira Vargas Tudela4, o
también conocida como tía Elvira Ureta o “Mamaé”, según se afirma, se trataba
de una mujer alegre y querida por todos.
En conclusión, podemos
afirmar que nuestro afamado novelista es arequipeño por tradición familiar y
que la primera infancia del autor ha influido en su intelectualidad. Lo
consideramos, tal y como afirma Helard Fuentes Rueda, “un obrero de la escritura, un artífice de la palabra a cincel”. Mario
Vargas Llosa es resultado de varios esfuerzos familiares y personales, que de
alguna manera han superado ese desdén por parte del gobierno hacia nuestra
cultura, nuestros intelectuales, razón por la cual esta ciudad no solo atesora
su obra, sino le guarda afecto, estímulos que son recíprocos, pues como no amar
esta ‘campiña’, cuna de grandes artistas como Carlos Bacaflor y Jorge Vinatea
Reinoso, de prolíficos intelectuales como Mariano Ambrosio Cateriano, Juan
Gualberto Valdivia y Francisco Mostajo Miranda, de audaces caricaturistas como
Julio Málaga Grenet, de prodigiosos músicos como Luis Dunker Lavalle y Benigno
Ballón Farfán. Como no amar este paisaje natural, cuyos elementos máximos de la
arequipeñidad son los volcanes y el río Chili.
Citar de esta manera:
RIVERA, Carlos (Ed.). Arequipa y el escribidor. Gobierno Regional de Arequipa. Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa. Texao Editores. Arequipa, 2015. P. 125 - 134. / RIVERA, Carlos (Ed.). Arequipa y el escribidor. Homenaje a Mario Vargas Llosa. Gobierno Regional de Arequipa. Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa. Arequipa, 2015. P. 125 - 134.
[1] Entiéndase ‘étnico’ como un adjetivo gentilicio que nos lleva a
pertenecer a un grupo social o nación.
[2] Es preciso aclarar que la preposición “de” en los apellidos era muy
usual para esta época, a fin de determinar la particularidad de los nombres.
[3] Su madre María Dora Elena pertenece a las tradicionales familias Llosa
de Arequipa y Ureta de Tacna, y por línea paterna está relacionada al inicio de
la telefonía; su padre Ernesto tiene un origen limeño: los Vargas Maldonado.
[4] Ver partida 108.
[5] En esta casa vivió también su dueño, el farmacéutico y científico
arequipeño Manuel Aurelio Vinelli Ramella.
[6] Doña Dora tenía 22 años cuando nació su hijo. Sus tíos: Luis Augusto
frisaba los 21 años, María Laura Elena 19 años, Pedro José Oscar 17 años y
Jorge Belisario 12 años. El hogar lo componían además su querida tía Elvira y
varios sirvientes y empleados.
4 Nació en Tacna, alrededor de 1882. En
1934, dio un poder a favor de Da. Carmen Ureta de Llosa, entonces residente en
Tacna. Tenía bastante ascendiente con el marido celoso de Dora. El historiador
Helard Fuentes, lanza una interrogante: ¿Fue pariente de Ernesto Juan, y la qué
intermedió para presentarlo con su sobrina Dorita?
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