MARCO AURELIO DENEGRI Y LA
GALLÍSTICA PERUANA
Por:
Hélard Fuentes Pastor
Animaría a muchos animalistas que protestan
contra los galleros y taurinos a revisar el verdadero significado del arte y la
ciencia de la gallística en un libro que bajo dicho título investigó, escribió
y publicó el destacado polígrafo peruano Marco Aurelio Denegri Santa Gadea en
1999 y, cuya segunda edición, corregida y aumentada, estuvo a cargo de la
Universidad Inca Garcilaso de la Vega en el 2015.
Marco Aurelio (1938-2018) fue conocedor y
criador de gallos. Según cuenta su asistenta, Rosa Torres Carhuancho, en el
techo del segundo piso donde vivieron sus padres, en una casa que era propiedad
de los Santa Gadea ubicada en el parque Hernán Velarde de Santa Beatriz (Lima),
criaba sus gallos alimentándolos con una dieta especial basada en quinua que le
enseñó a preparar a la señora Rosa. Esto revela su profundo amor por dichas
aves, conduciéndolo a prologar y comentar libros que tratan sobre este tema,
además de anotar la ausencia de un verdadero estudio en la historiografía y
bibliografía peruana.
En una suerte de justicia, Marco Aurelio,
presenta una obra destacando la omisión del tema en la monumental Historia de la República del doctor
Jorge Basadre. Le sorprende en la medida que dedica escasas páginas a las
espectacularidades, costumbres y artes populares como la música criolla, peor
aún, que no aborde la gallística existiendo autores que sí se ocuparon anteriormente
como el celebrado Ricardo Palma o las visiones de un artículo publicado en el Mercurio
Peruano el 20 de enero de 1791.
MAD nos dice que –según Ricardo Palma– durante
las primeras décadas del periodo colonial se celebraban las peleas de gallos en
Lima, que supone una tradición histórica de raigambre en nuestro país y el
continente europeo y, por lo tanto, constituye –como bien menciona el polígrafo–
«el arte y la ciencia de la cría y preparación
de los gallos de pelea» (2015: 23). No obstante, ha llegado a sostener que
la gallística en el Perú apenas alcanza a ser mezcla de folclor y empirismo,
más no ciencia.
Interesa que el autor se haya ocupado de las
principales partes del gallo, reconociendo varios aspectos a detalle; pero la
dificultad de su observación imposibilita destacar otras no menos importantes
para la biología. Además realiza algunas precisiones sobre el nombre de las
partes, evitando el lenguaje coloquial y corrigiendo las denominaciones
populares, tal y como estilaba en televisión.
La polémica del libro está centrada en un
capítulo dedicado a la agresividad del gallo de pelea, donde el destacado
intelectual limeño aclara cuatro puntos fundamentales que permiten comprender
el pronunciamiento de más de sesenta mil galleros de todo el país que en enero
de 2019 recorrieron las calles respondiendo a la crítica y oposición de los
animalistas. Marco Aurelio, escribió lo siguiente: «Por sensiblería o por ignorancia, o por las dos cosas a un tiempo, se
suele aducir el argumento impertinente de la crueldad cuando se desaprueban las
riñas gallísticas y cuando se pretende incluso prohibirlas» (2015: 29),
continúa con las siguientes reflexiones:
- El
gallo de pelea se llama precisamente así porque el afán que tiene de pelear es connatural,
su impulso de agresión es innato.
- El
gallo de pelea es acometedor principalísimo y agresor notable porque está
genéticamente programado para serlo; nadie le enseña a serlo; viene así de
fábrica.
- La
agresividad del gallo de pelea no es normal es una agresividad hipertrofiada.
- El
hombre, valiéndose de sus conocimientos, de su arte, de su dedicación, ha
conseguido magnificar hasta tal punto la agresividad del gallo de pelea y el
toro de lidia, que el instinto de conservación de estos animales queda relegado
en los instantes de mayor violencia, dolor y peligro, de suerte que el animal
prefiere morir antes que huir.
De este modo, MAD llega a la conclusión de que
el gallo de pelea «no sólo quiere pelear,
sino no puede dejar de quererlo» (2015: 31), precisamente, porque no es un
gallo común sino producto de una creación humana, más cabal, es «artificialeza, no naturaleza» (2015:
33). Ha estudiado la bravura de estos animales, se ha ocupado de la gallina y
su influjo genético en los pollitos, que resulta atractivo leer este libro,
incluso, para quienes no somos aficionados pero buscamos entender el problema.
Realmente interesante, además de escribir a su
estilo, un comentario crítico sobre Abraham
Valdelomar y la gallística, donde corrige al escritor Carlos Zavaleta
cuando menciona en su obra: Los Ingar (Lima, 1955), lo siguiente: «como gallo que, vanidoso, esponjadas, la
cresta y las plumas». Marco Aurelio afirma que «las plumas no se hinchan, se erizan» (2015: 46). Asimismo, rectifica
a César Miró cuando refiere a las alas de miel del gallo, cuando en realidad «hay carmelos melados (no enmelados)». Entre
otros aspectos, discrepa de los contenidos del cuento: El Caballero Carmelo, en contexto con la literatura latinoamericana,
identificando muchos errores desde el aspecto cromático del gallo hasta la
pelea entre Carmelo y Ajiseco; en labios de Denegri, «[esta obra] desfigura de rabo a cabo la gallística, no sólo porque
noticia equivocadamente de ella, sino porque le exprime toda la savia, le quita
vigor, fuerza y substancia, la deja sin testosterona y la priva así de
bronquedad y machez» (2015: 55).
Se me ocurre que la afición por la gallística
calaba en la personalidad de Marco Auelio Denegri, quien ostentaba un
conocimiento auténtico sobre el gallo de pelea, incluso, comparando con las
aves inglesas y mundo gallístico norteamericano. Ha documentado con un aparato
erudito digno de elogio sus características, la alimentación, preparación y
apreciaciones críticas.
Realiza sorprendentes críticas de versiones
consignadas hace más de medio siglo como la afirmación de Juan Arres: «Sobre gallos de pelea ya no se puede decir
más de lo que hay escrito» (2015: 107), que para MAD era una declaración
falsísima, comprobándolo con su propia investigación y la producción de los
amigos que compartieron esta afición como Ricardo Pedraglio Florez, cuyo libro:
Tratado sobre el Gallo de Combate. Manual
Práctico del Gallero (Lima, 2001), aparece en la bibliografía sugerida por
Denegri. Del mismo modo, transcribe algunos párrafos de la gallística
arequipeña del ochocientos citando un trabajo del doctor Juan Guillermo Carpio
Muñoz.
MAD nos recuerda en este libro que hace unos
cien años había en la ciudad de Lima gran cantidad de gallos que armaban
verdadero concierto, «presumo que la
intensidad sonora de estos quiquiriquíes era por lo menos de setenta decibeles».
Era audiófilo, las habitaciones de aquel segundo piso donde vivía, tenían
torres de equipos de sonido y ecualizadores sincronizados entre sí para
identificar cada melodía, por lo tanto, podía presumir de un fino oído.
Él cuenta que en 1953 tenía en la azotea de su
casa dieciséis gallos y jamás tuvo queja de los vecinos, porque en buena cuenta
estaban acostumbrados al canto gallístico y criaban gallos, «un día sábado, muy de mañana, cuando la
ciudad estaba relativamente tranquila y yo cruzaba el Parque de la Exposición,
que está a unos cuatrocientos metros de mi casa, oí con toda nitidez el canto
de mi gallo preferido, un hermoso ajiseco navajero. El suyo era un canto
potente, pero confieso que me sorprendió percibirlo a cuatrocientos metros de
distancia. Ahora sé que cuatrocientos metros no son nada» (2015: 112-113).
Nos dice también que una manifestación de
contento de dichas aves es el chisporroteo, aquí describe cada uno de los
momentos en que los pollitos y las aves adultas chisporrotean; empero, no pudo
comprobar «si el ave chisporrotea cuando
se le acaricia la cara» (2015:116).
Entre otros recuerdos de su experiencia como
criador de gallos, sostiene que «se ha
comprobado que en el varón, la increción de la hormona de la masculinidad, la
testosterona, es mayor en las primeras horas de la mañana, desde la madrugada
hasta las ocho o nueve de la mañana (…) hacia el amanecer (…) según creo, el
temperamento, nervio y tono de los gallos de pelea [también]» (2015: 117).
Cuando MAD entrenaba a sus gallos solía hacerlo por la mañana, no por lo que
refirió acerca de la testosterona sino porque le gustaba levantarse temprano y hacer
algún ejercicio corporal. Entrenar a los gallos era «tonificante».
Finalmente, en esta obra que expresa los altos
valores costumbristas y científicos del gallo de pelea, el autor se ocupa de
identificar el término gallístico: «cazilí», que debe emplearse para designar
al plumaje «negro brillante con
tornasoles azulados» (2015: 124), y de la comparsa gallística del
ochocientos que acuareló Pancho Fierro, Léonce Angrand y el grabado de Manuel
Atanasio Fuentes. Podríamos reseñar numerosos aspectos que a la brevedad
alcanzan los siguientes ítems: San Pedro y el gallo, descripción gallística de
San Agustín, Borges y la gallística, Hemingway y la gallística, Antonio Belmont
y su larga experiencia en el mundo gallístico, Guillermo Filomeno Mendoza: el
criador de Chaclacayo, etcétera; sin embargo, queremos cerrar con la expresión:
«Gallina que come huevo, aunque le quemen
el pico». MAD decía –basándose en el criador norteamericano Tan Bark– que «a la gallina comedora de huevos hay que
aislarla y suspenderle la alimentación normal (inclusive el agua) y darle
solamente huevos (…) La gallina tendrá forzosamente que verlos a cada rato, y
esto aumentará su rechazo a los huevos» (2015: 153).
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