MAX T. VARGAS Y EMILIO DÍAZ, ¿HISTORIA DE UNA RIVALIDAD?

MAX T. VARGAS Y EMILIO DÍAZ, ¿HISTORIA DE UNA RIVALIDAD?

Por: Hélard Fuentes Pastor

Max T. Vargas y Emilio Díaz fueron dos grandes fotógrafos de la primera mitad del siglo XX que desataron una competencia en el ámbito fotográfico, sin embargo llegaron a formar una sociedad.  

Max T. Vargas ya era famoso en 1900 cuando incorporó a su estudio a los hermanos Vargas Zaconet en calidad de aprendices. Pronto, su popularidad en el arte de la fotografía y sus negocios en el rubro de las importaciones ocasionó que se ausente de Arequipa; probablemente Carlos y Miguel Vargas, como fotógrafos ya experimentados, quedaban a cargo del local donde perfeccionaron su técnica.

La honesta relación con sus discípulos, los Vargas, y luego con el reconocido Martín Chambi, revela su influencia en dichos maestros. Maximiliano Telésforo Vargas repercutió positivamente en ellos; impresión que se desprende del artículo escrito por el arquitecto Ramón Gutiérrez, en la siguiente afirmación: “[en] algunas fotografías tomadas por el maestro y los discípulos podemos ver las coincidencias y las innovaciones que se generan en esta interacción”.

Max T. Vargas no solo profesionalizó su oficio, amplió su horizonte a otras regiones y dejó escuela, también procuró una saludable relación con otros fotógrafos de la época; y aunque su actividad estaba compartida entre Arequipa y La Paz, existen documentos que prueban su cercanía con expertos de la fotografía arequipeña, más aún cuando sus discípulos se independizaron en 1912 para lograr su propio emprendimiento.

A pesar de los viajes que realizaba, debió ser difícil para Max T. Vargas el periodo entre 1912 y 1914, pues a la separación de los hermanos Vargas y Martín Chambi que lo asistieron desde jovencitos, se sumaba la ausencia de su hijo mayor, Alberto, que recordemos abandonó la carrera fotográfica para dedicarse al arte y la tristeza por la muerte de sus dos hijas: Carmela y María Alicia en 1913.

Tenía 40 años cuando junto a su esposa, Margarita Chávez, tuvo que afrontar la pérdida de sus pequeñas. Carmela apenas frisaba el primer año y nueve días falleciendo el 30 de julio, y, María Alicia, el 8 de septiembre a los 5 años. Entonces, la familia vivía en la segunda casa de la calle Mercaderes, donde inauguró su estudio fotográfico y afrontó aquella dolorosa pérdida.

Días antes de perder a su hija Carmela el 19 de julio de dicho año, hizo sociedad con el fotógrafo Emilio Díaz y Flores, con quien empató en el concurso de 1905 del Centro Artístico de Arequipa. Probablemente, las circunstancias angustiosas de su vida llevaron al fotógrafo arequipeño a la imperiosa necesidad de asociarse, elevando una minuta a escritura pública donde declara que su colega tenía un estudio en la casa número siete de Guañamarca [sic].

Dicho documento prueba la confianza y voluntad entre ambos fotógrafos, pues –basándonos en la escritura ante el notario José María Tejeda– unieron sus establecimientos bajo una administración común, aporte histórico que enriquece los estudios realizados por los investigadores Jorge Villacorta y Andrés Garay, quienes afirman que “entre 1900 y 1914 se desató una competencia sin igual entre Max T. Vargas y Díaz (…) la confrontación directa entre ambos se hizo patente en octubre de 1904 cuando aparecieron avisos suyos juntos en la primera plana de La Bolsa (…) Emilio Díaz salió al paso de la competencia iniciada por Vargas, con una ganga de descuentos en el precio de los retratos artísticos, además de promociones y regalos”.

Probablemente aquella confrontación que varios autores aluden, tuvo que disiparse después de 1904 que Vargas inauguró su local. Años más tarde, se convirtieron en lugares referentes para el arte fotográfico. Por otra parte, es natural su rivalidad inicial, precisamente porque Díaz –que desde 1896 (según Villacorta y Garay) había fundado su estudio– se sintió amenazado por el talento e innovación de Vargas. No obstante, el celo que pudo existir entre ambos llegó a su fin con el establecimiento de una sociedad por cuatro años desde 1913.

Aquí establecieron que los lugares de atención seguirían siendo en Mercaderes y Guañamarca, respectivamente, y podían abrir sucursales, sobre todo en La Paz, una vez que Vargas quede libre del compromiso con Fotografía Burgesneister; según reza el documento, dicho pacto “fenecerá el diez y siete de Marzo de mil novecientos quince; sin que después de esta fecha, pueda hacerlo ninguno de lo[s] socios [Vargas y Díaz] por su cuenta directa ni indirectamente, bajo la multa de quinientas libras peruanas de oro”.

Estos y otros compromisos fueron en extrema confianza, incluso, cuando Vargas debía viajar a Lima para ocuparse de su otro negocio, Díaz quedaba a cargo de los establecimientos: “quien prestará sus servicios en la casa de Mercaderes, limitándose el trabajo de la casa de Guañamarca a tomar los negativos de las personas que quieran retratarse allí”.  

Luego, el inventario de las máquinas y enseres, los mismos que se realizarían en sus respectivas instalaciones donde también quedarían los negativos según sean tomados. Asimismo, en términos de asociación, toda labor corría por cuenta de la sociedad y los retratos de sus familias eran con cargo a los gastos generales de la misma. Por supuesto, el negocio de venta de materiales, tarjetas postales y otros artículos que comercializaba Vargas, eran exceptuados de esta empresa; no obstante,  enviaría productos importados de Europa para su venta en los estudios, y de la misma, Emilio Díaz solo participaría con el 12% del producto bruto de la venta. En cuanto a los materiales fotográficos para los establecimientos, eran proporcionados por Vargas, recargando el 10% al precio del costo asumido por la sociedad. Y, obviamente, la ganancia de los retratos compartida a mitad.

El sostenimiento de los locales tenía una distribución especial porque en la casa de Mercaderes vivía la familia de Max T. Vargas y se encontraba su otro negocio; por eso el alquiler debía dividirse en tres partes: la sociedad de fotografía, el negocio de mercadería y la vivienda; lo que significaba para Max el siguiente monto: 95 soles mensuales por el primero y 30 soles por los otros dos motivos. En cambio, el alquiler de Guañamarca [sic] quedaba a responsabilidad de la sociedad, es decir, cada uno 50%.

Igual sucedía con el pago de luz: en Mercaderes la sociedad asumía 10 soles, el negocio de Vargas 2 soles y su familia 6 soles, y en caso de exceso se hacía cargo la sociedad, que también se encargaba del teléfono, alumbrado público y barrido de ambas casas. No obstante, la caja se encontraba en el establecimiento de Vargas, que lo hace suponer como sede de la empresa. En cuanto al aspecto económico, cada socio podía retirar mensualmente 25 libras como sueldo y el saldo de utilidades sería repartido por igual.

Finalmente, la sociedad debió comunicar oficialmente la fusión de ambas casas y que las fotografías llevarían el sello de la casa donde se hicieron, pero no hemos encontrado dicha publicación. Sí, a fines de 1919, autores afirman que Vargas reinstaló su establecimiento en otra cuadra de la calle Mercaderes y en los años 20 la vitalidad de los trabajos de Díaz se debilitó, asumimos que la sociedad no fue duradera y pudieron surgir discrepancias entre ambos que, no cabe duda, tenían una personalidad competitiva. Decía el contrato que ante cualquier diferencia que surgiera entre los socios, recurrían a un árbitro cada uno para solución de la discordia evitando escándalos públicos. Hermosa historia de una gran sociedad fotográfica en Arequipa.   

SEMANARIO VISTA PREVIA. AREQUIPA, 27 DE ENERO DEL 2020.

 

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