INDIO: UN ORIGEN QUE POCOS ACEPTAN

INDIO: UN ORIGEN QUE POCOS ACEPTAN
Lic. Hélard André Fuentes Pastor
Diario El Pueblo. Arequipa, 30 de mayo de 2015. P. 10.
Debemos reconocer nuestra pluralidad sin olvidar que somos un país andino.
En la historia peruana existen palabras y expresiones que encierran connotaciones racistas, peyorativas y bélicas, esto sucede con el término: “Indio”, el cual guarda profundo sentido histórico, pero a su vez, resulta ser portador de ideologías y prejuicios xenófobos que inconscientemente coexisten en el pensamiento colectivo.
A lo largo del siglo XX, ante las expresiones discriminativas (que tienen base en la teoría de la pureza), surgieron respuestas que buscaban amortiguar aquella situación, por ejemplo: “quien no tiene de inga, tiene de mandinga” o “en el Perú todos somos mestizos”, lo último –según afirma la investigadora Ariana Arista Zerga– “como un discurso hegemónico para sustentar nuestra herencia ancestral y colonial”. Sin embargo, no hubo preocupación por redefinir el significado del vocablo “indio” como constructor de nuestra identidad, más bien, buscamos reemplazarlo.
Ciertamente, ante el desenvolvimiento de las grandes urbes, metrópolis o ciudades, encontramos que es más llevadero reconocernos como “mestizos” que ser, sentirnos y considerarnos “indígenas” o “indios”, pues ambos términos (sobre todo el segundo) son observados peyorativamente; por un lado, porque nos remite al grupo explotado y maltratado, y en la actualidad, al sector olvidado. Aquel vínculo negativo se debe fundamentalmente al enfoque desde el cual los investigadores interpretaron dicha locución determinando serias analogías entre lo “indio” y lo “bruto”, “salvaje”, “haragán”, “sucio”, “ignorante” y “escoria”, sin atender a otras perspectivas que valoren al “indio” en torno a la identidad peruana.
Una prueba incuestionable de aquella fijación negativa respecto al término resulta ser el “Día del Campesino”. ¿Cómo así? Un 24 de junio de 1930 –cuando era Presidente de la República el señor Augusto B. Leguía– se estableció dicha fecha como el “Día del Indio”. Años después, en 1969, durante el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, al promulgarse la Ley de la Reforma Agraria, con buena voluntad, se procedió a cambiar la denominación de “indio” por “campesino”, ya que el primero era despectivo, y se reconoció el quechua como idioma oficial. Evidentemente, este afán de reivindicación étnica, terminaba por debilitar la revaloración de lo “indígena” e “indio” al reconocer la estigmatización negativa por sobre lo auténtico y categóricamente positivo; sino observemos como la palabra “campesino” se aproxima a lo considerado “mestizo”, “un término medio entre el indio explotado en el trabajo de la tierra, y el indio que ha pasado a ser dueño de su propia tierra, pero que, al convertirse en su propio amo, ya no es un indio, sino un campesino” (según las afirmaciones de Arista Zerga).
Algunas meditaciones también nos llevan a afirmar que el problema radica en la ausencia de movimientos de reivindicación étnica, más aún, de una “élite indígena”; no falta quienes sostienen que la presión ejercida por el mestizaje nos aleja de nuestra verdadera condición andina, por lo tanto, indígena; o que en el discurso clasista de la izquierda peruana surgen enormes brechas que en vez de unificarnos consiguen distanciarnos irremediablemente. En la dimensión globalizada en que vivimos, ésta problemática nos conduce a un solo destino: “la ‘desetnización’ como estrategia de ascenso social” (Anahí Durand); y es que nos preocupa toda adjetivación que nos haga sentir excluidos, y en el Perú, la atención se concentra en el tema étnico-racial. En consecuencia, es válido revisar una vez más la construcción histórica del término “indio” desde otra visión.
Las consecuencias del error geográfico de Cristóbal Colón en su travesía de descubrimiento en 1492, condujo a la equívoca denominación de “indio”. El territorio americano fue conocido por los españoles y europeos como las “Indias” por sobre otra terminología, quizá se debe a que después de su primer viaje, Colón comunicó al colaborador de los Reyes Católicos, Luis de Santángel, que había llegado a las Indias y esta noticia se difundió inmediatamente en toda España y Europa. La proyección del recordado navegante de origen genovés, era llegar a las costas de Asia; sin embargo, los cálculos y tratados geográficos, terminaron por facilitar inesperadamente su llegada a un nuevo continente. Pese a que los sucesivos viajes demostraban que no se trataba del continente asiático, Colón se mantuvo férreo en considerar que había llegado a las Indias; y la mentalidad europea también conservó esta locución.
A inicios del siglo XVI, el navegante italiano Américo Vespucio exploró el territorio descubierto por Colón y afirmó que se trataba de un “Nuevo Mundo”. No obstante a la rápida divulgación de ésta noción y a la publicación del cosmógrafo Martin Waldseemüller (Cosmographiae introductio, 1507) donde se nombraba al nuevo continente como “América”; en los imaginarios colectivos se arraigó la idea de “Las Indias” y los pobladores “indios”. Así, el término “América” se utilizó de forma limitada durante el siglo XVI, por ello es que en los documentos nacionales y locales de época colonial, encontramos la expresión “yndio” sin ánimo peyorativo, simplemente, acorde al gentilicio que supone “las Yndias”, no en vano hubo un Consejo de Indias o se refiere a una Casa de Contratación de las Indias.
Hasta el siglo XVII, los cronistas españoles emplearon el término “indio” para referirse a los pobladores nativos del Perú pese a que cobraba cierta habitualidad la palabra “América”. También es posible que a mediados de dicha centuria, comenzara a utilizarse conscientemente el vocablo “indio” para excluir a fin de mantener la condición subordinada y oprimida de aquella población, situación que toma fuerza en el siglo XVIII, pues recordemos que en éste período surgieron de modo contundente las rebeliones indígenas contra la corona española.
Lamentablemente, la construcción del conocimiento del siglo XIX y XX, se encargó de encontrar y destacar las anexiones poco valorativas del término (quizá por aquel pesimismo intelectual del que da cuenta la historiadora Cecilia Méndez), provocando un profundo rechazo social en la naciente sociedad republicana y consecuentemente un auto-rechazo en el poblador de raíces indígenas que se recrea hasta la actualidad. En tal sentido, “inca” e “indio” resultan ser un solo cuerpo y espíritu que determina lo “andino” por ser histórica y geográficamente correcto, y se denomina como “campesino” para volverse aceptable en ésta sociedad fuertemente discriminativa.
Creemos que el ser indio debe significar únicamente ser natural de las Indias Occidentales de América, sin humillaciones ni desprecio alguno. Tenemos que reconstruir el sentido de la palabra “indio” sin tener que buscar otras voces o locuciones huidizas. El ser indio, no es reminiscencia histórica de humillación, por el contrario, debe visualizar al hombre inteligente, capaz, veraz, virtuoso y resuelto del Antiguo Perú. Alejemos las taras asignadas injustamente a nuestra población que han definido como sinónimo de indio: lo salvaje, abyecto, mentiroso, borracho y ladrón.
Somos peruanos, indios en la mentalidad colectiva, y admitiendo la confluencia entre lo indígena y europeo, sostenemos una identidad nacional indomestiza, que a más de buscar homogeneidad entre ambas expresiones y sus componentes; los reconozca teniendo como tutelar lo indígena y andino, porque hay una historia que lo sustenta y una geografía que lo demuestra.

Publicado con el título: “Indio: un origen que pocos aceptan”. En: Diario “El Pueblo”. Arequipa, 30 de mayo de 2015. P. 10.

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