LAS ACEQUIAS EN AREQUIPA Y EL OFICIO
DE ALMOTACÉN
Por: Hélard André Fuentes Pastor
En: Diario “El Pueblo”. Arequipa, 03 de octubre de 2014.
Las comunidades prehispánicas en Arequipa
fueron legítimas poseedoras de las chacras y tierras de cultivo, que para su
producción requirieron de una fuente natural de vida: el agua, la cual fue
conducida a las tierras mediante los acueductos y/o acequias. Después que los
españoles se asentaron en este valle, utilizaron los canales encontrados y
construyeron otros.
Si bien las acequias constituyeron un significativo
avance en las culturas precolombinas –basta recordar la construcción de enormes
canales de irrigación en Mochica– su mejoramiento y habilitación, formó parte
de los grandes afanes de orden hispano,
como también lo fueron: las calles, plazas, edificios, bocatomas, huertas, etc.
Las acequias entonces, son obras de inspiración nativa pero de
perfeccionamiento colonial, y fueron importantes porque conducían las aguas
procedentes del río Chili a los solares y huertas de la ciudad.
Ya desde 1540, se da a conocer documentalmente
la existencia de acequias en el valle de Arequipa; también se tiene referencia
de dos tomas importantes para las antiguas etnias de la zona que,
posteriormente, fueron denominadas: “Antiquilla” y “Acequia Alta”. No obstante,
recién el poblador occidental, tendrá conciencia de su regulación y
mantenimiento. Es así que en una reunión de cabildo ordinario de 1546, se
prohíbe que el ganado ovejuno duerma en la ciudad “por cavsa [causa] del mucho polvo que levanta al tienpo que entra e
porque comen e roen los árboles e destruyen los caminos e acequias”.
Siendo conscientes de la sanidad, los canales
requerían de limpieza constante, a este trabajo se conocía como “aderezar la
acequia”, y su importancia era tal, que el cabildo ordenaba su saneamiento bajo
pena de multa. Para 1550, el ayuntamiento toma la decisión de nombrar a un almotacén,
que era la persona encargada los canales y de dar aviso si alguien los
derribaba, también verificaba que los pobladores no echen basura ni inmundicias
en las calles. Uno de los primeros que ejerció este oficio –según nombramiento
del 1 de agosto de 1550– fue Diego de Padilla.
Este oficio era desempeñado por personas de baja
condición social, normalmente se trataba de personas pobres y mulatos, por
ejemplo, para fines del año de 1550 se nombra al mulato Cristóbal de Cárdenas; de
igual manera, en 1552, a Juan Cobo, para que se ocupe de las acequias de la
ciudad y del aseso de puentes, calles, además debía tener cuidado que los
caminos reales tuvieran un ancho de cinquenta pies, “conforme a la hordenanca
[ordenanza] y las personas que se ovieren metido con sus chacarras en los
caminos, derribe las paredes, e que los caminos bayan de la anchura y que las
personas que ovieren [hubieren] ocupado los exidos [ejidos] e rondas de esta
cibdad con edeficio [edificio] o chacarra o semillas lo arranque e quite, so
pena de perdimiento del salario que le fuere señalado”; y en 1555 a Andrés de
Robles, quien además de cumplir la tarea de mantener las acequias aderezadas, se
debía preocupar que cada acueducto mantenga la profundidad del caso para evitar
el desborde del agua. Asimismo, fueron los repartidores de líquido vivificante,
y, medidores de chacras y solares.
Hasta 1550, muchas de las acequias estaban
hechas de tierra y piedra, por lo que sufrían graves daños ocasionando la
disminución de la cantidad de agua que circulaba por ellas; el oficio de
almotacén, ante esta problemática, era imprescindible. Por otra parte, cuando
se conmemoraba alguna fecha especial para la iglesia como el Corpus Cristi, se
proveía su aseo mediante una ordenanza de cabildo bajo pena de diez pesos por
su incumpliendo.
Los pobladores, estaban obligados a realizar la
limpieza respectiva de sus canales y de no cumplir con esta ordenanza, eran
sancionados con el pago de una multa. Por citar un caso, en la reunión de
cabildo del 24 de octubre de 1550, se indicó que: “Asymismo, sus mercedes mandaron que los señores de molinos los
aderecen para que puedan moler bien e linpien las pertenencias de sus acequias
[entre renglones: e tengas pesos], so pena de cinquenta pesos de oro al que lo
contrario hiziere, para la Cámara e obras de Cabildo, dentro de seys días e que
a su costa se aderecarán [aderezarán]”.
Cinco años después, el Licenciado Pedro de la
Gasca, mediante una ordenanza, señaló: “Sobre que las acequias estén bien
limpias y bien acondicionadas.- Que los que tienen chacras, en las sangraderas,
por donde reciben el agua, tengan un marco de piedra, con un agujero, por donde
entre el agua para el riego de su heredad.- obre que tengan limpia la acequia
en su pertenencia.- Que en la ciudad para sus casas y riego de huertas tengan
los mismos marcos que quedan dichos.- Que en las casas por donde pasan las
acequias no echen inmundicias en ellas.- Que todos los dueños de heredades que
se aprovechan del agua, estén obligados a reparar y limpiar las acequias.- Que
por el Cabildo Justicia y Regimiento se nombre una persona práctica de ciencia
y conciencia, para que informado de todo haga la repartición del agua”.
Aquí no solo podemos estimar la valoración que
tiene el líquido recurso para los citadinos, sino, la importancia de regular
y/o racionalizar la cantidad de agua que recibe cada vecino de la ciudad mediante
un marco de piedra con agujero. En la tecnología de la época, estos marcos eran
los medidores, y hubo una persona encargada de dicha repartición. Respecto al
acondicionamiento, se referían al empedrado de las acequias y su recubrimiento
con gruesas maderas.
También hay referencia sobre los desagües, por
ejemplo, en setiembre de 1555 se ordena que Francisco Madueño construya dentro
de un mes, el desagüe de la acequia de su molino, bajo pena de cien pesos. A
propósito de este personaje, en mayo de 1560, es nombrado como Alguacil Mayor, teniendo
como una de sus funciones, verificar que se coloquen los marcos en las acequias.
La pena por retirar este implemento era de cincuenta pesos de plata, igual
cantidad que se asignaba como salario a las personas que cuidaban estos
canales. Durante los primeros meses de 1599 –respecto a esta ingeniería– encontramos
otras ordenanzas de mayor proyección, se acordó el ensanchamiento de las
acequias de Santa Marta y San Francisco.
Puede ponderarse la importancia histórica de
estos canales con sólo recordar que la “Pontezuela” (esquina formada por el
ángulo Este de la Plaza de Armas y la intersección de las calles de los
Mercaderes y San Francisco), debe su nombre a un puentecillo que se construyó
para cruzar por ese punto la acequia troncal denominada de “San Juan de Dios”,
que regaba las huertas de los solares y las tierras de La Palma, Añaypata, etc.
Según el historiador Helard Fuentes Rueda, este lugar no siempre tuvo dicha
denominación, también se conocía como la “Alcantarilla”, que significa dique,
acueducto o facto; esta sería la primera obra de canalización de la acequia en
base al sillar para evitar los desbordes y aniegos que causaba el agua, durante
la crecida y entrada del río. Finalmente, a la obra de canalización de la
acequia se le denomina alcantarillado, y era fundamental para los nuevos
citadinos mantener las condiciones de calidad en ellas, por lo que cumplió un
rol fundamental el almotacén.
FUENTE PRIMARIA:
Archivo Municipal
de Arequipa (Libro de Actas de Cabildo).DIARIO EL PUEBLO
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