LA HOMOSEXUALIDAD
EN EL PERÚ: DEL CLOSET A LAS CALLES
Por: Hélard
André Fuentes Pastor
Versión publicada en Semanario
Énfasis. Arequipa, 30 de agosto de 2015.
La
historia de la homosexualidad en los países latinoamericanos es errante, se
trata de un tema de estudio ajeno a la comunidad intelectual de gran parte del
siglo XX y que recién en las últimas décadas de dicha centuria ha enriquecido
su historiografía con la publicación de algunas meditaciones críticas abriendo
un permanente debate en torno a los aspectos psicológicos, biológicos,
socioculturales, e incluso, constitucionales, en el país. Pese a conocer universalmente
la palabra “homosexualidad” desde 1869 (usado por primera vez por la psiquiatra
Húngara Károli Mária Kertbeny como el deseo erótico por personas del mismo sexo),
recién a mediados del XX cobró importancia en países como Alemania, donde se
originaron tendencias de eugenesia en la signada época nazi, cuando la
homosexualidad se consideraba como una patología.
El
hecho de estar ausente en el conocimiento del pasado histórico de la humanidad,
no obstante a sus referencias en la antigua Grecia, Roma y la Edad Media, y ser
considerada a partir del siglo XIX y gran parte del XX como una enfermedad,
ocasionó severas prácticas discriminativas que se proyectaron hasta la
actualidad con la llamada “cultura homofóbica” (Jorge Mercado Mondragón) advirtiendo
violencia, crímenes por odio, abandono y un discurso excluyente.
Hay
escasas referencias documentales que puedan otorgarnos una visión de la
homosexualidad en la época colonial y en la vida republicana, salvo por algunas
elucubraciones donde se concibe que siendo el Perú un país de tradición
católica determinaba una visión negativa frente toda “práctica sexual dudosa”. Recién
en 1900 encontramos algunos documentos en causas criminales de la localidad
arequipeña que podría acercarnos a una construcción social. Se trata del empleo
del vocablo “maricón” que según el DRAE se trata de un vulgarismo utilizado
para calificar al hombre afeminado, empero no siempre fue así, manejaba otro
simbolismo manteniendo en todos los tiempos el contenido ofensivo.
En
la acusación civil y criminal de Lino Delgado contra Faustino Allier frente a
un problema producido en 1901, una testigo declaró lo siguiente: “un día… a la diez de la mañana, bajaba la
declarante con la esposa de D. Faustino Allier, y en estas circunstancias,
salió D. Lino Delgado á la puerta de su casa, y viéndola á la Allier, dijo que
hablase ahora que como le había quitado la vereda á su hija esta vieja; y la
Allier le contestó que era un viejo maricón, chichero: que no ha visto más”
(ARA. Causas Criminales. Leg. No. 012-1903). Puede que este término esté relacionado
a la falta de hombría al momento de asumir responsabilidades o a la cobardía
masculina. Lo cierto es que se trata de un vocablo referido al varón pero de
modo injuriante o agraviante, como fue la expresión “calenturosa” para la
mujer, y, por consiguiente, el destino de “marión” estaba encaminado a la
orientación sexual insidiosa en las futuras sociedades.
Lógicamente,
las poblaciones de inicios de siglo tenían una definición sólida de su
catolicismo, y todo término que estaba fuera de su resplandor resultaba ser el
peor agraviante, así los dolorosos insultos fueron: puta (prostitución), bicicleta
(adulterio), bruja (herejía) y maricón (falta de hombría). Este pensamiento se transmitió a las siguientes generaciones,
estereotipándose muchas ideas que marcharon en un contexto mundial bélico, donde
la homosexualidad también era penada, basta observar el Código Penal nazi de
1935 en que la sola denuncia como homosexual generaba juicios, arresto y
tortura–. Por ello, no se puede concebir una pública y masiva difusión de apuntes
periodísticos referidos a dicho particular en el Perú.
Recién
a mediados del siglo XX, cuando el sensacionalismo tomó fuerza en la prensa
escrita, se notició respecto a unos escándalos que se habían producido en la
capital como es el recordado “Baile de Pervertidos de febrero de 1959”. En
aquella oportunidad, se organizó una fiesta en los salones del Restaurant “La
Laguna” de Barranco, donde concurrieron más de un centenar de varones con
ademanes, comportamiento afeminado y vistiendo trajes femeninos.
La
noticia de fines de la década del ’50 suscitó angustia en toda la nación, más
aún cuando se descubrió que un comisario estaba enterado de la organización de dicho
festejo y no impidió su realización. Los llamados “chicos del grupo contrario”
o “desviados sexuales” fueron censurados y prisioneros junto al Capitán Carlos
Padilla (cuñado del organizador del baile Hernando Galindo Rojas “La Nena”) y
el dueño del local Augusto Postigo Palacios; los primeros son acusados de
atentar contra la moral pública, y el segundo, por negligencia y lenidad. Esto
sugiere la percepción negativa de la ciudadanía frente al travestismo y
homosexualidad, cuyas locuciones no se emplean en el apunte periodístico.
La
detención de los implicados en esta fiesta, la posición de varias instituciones
civiles y sociales como la Asociación Peruana de Higiene Social, la mirada negativa
de la prensa escrita, no solo manifiestan censura, sino prohibición, repulsión
y punición. En tal sentido, la Prefectura de Lima ordenó la clausura del local,
la disposición del “Club de los Pervertidos” a las autoridades competentes para
su sanción y, la Jefatura de la Novena Región de Policía, precisó que el
efectivo sería depositado con rigor en el Cuartel “Gutiérrez Andía”. En una
sociedad machista y patriarcal, ser homosexual significaba inmoralidad, ir
contra las buenas costumbres, ganarse el repudio general y sufrir castigos, restringiendo
inmediatamente la libertad sexual de muchos ciudadanos, además de mantenerlos en
la clandestinidad. Es posible que el tiempo de carnaval con sus excesos haya
permitido aflorar muchos espíritus reprimidos.
Con
el surgimiento del rock en Norteamérica durante la década del ’60 –cuyo modelo
comenzó a influir en la juventud y en los comportamientos sociales– se
exteriorizó la sexualidad de los individuos que hasta entonces evitaban exponer
su intimidad por considerarla un tabú. Inmediatamente se canalizaron las
inquietudes de una generación y los ritmos musicales fueron un poderoso comunicador
de ideas y percepciones de la realidad, los temas afines eran la rebeldía y la
sexualidad, lo que nos lleva a considerar a este estilo musical como otro
elemento que permitió emerger la homosexualidad.
El
panorama para esta comunidad fue mejorando, en 1973 la Asociación Psiquiátrica
de Estados Unidos eliminó a la homosexualidad de su lista de enfermedades
psiquiátricas otorgando mayores posibilidades de asentimiento social. Empero,
los gobiernos presidenciales del Perú en aquel periodo (Juan Velasco Alvarado y
Francisco Morales Bermúdez) con su carácter militar, frenaron la libre
expresión homosexual postergando su pública manifestación, a pesar de la
situación que se vivía en el extranjero después de la muerte de Harvey Bernard
Milk, el primer político homosexual en llegar a ocupar un cargo público en
Estados Unidos que fue asesinado el 27 de noviembre de 1978, y cuyo hecho acrecentó
las marchas homosexuales en USA reclamando justicia para la víctima, derechos e
igualdad.
Este
vaivén de posibilidades se prolongó tanto como las dificultades. En los años
’80 se produjeron dos grandes escenarios en el mundo: por una parte, se retiró
a la homosexualidad del Manual de Clasificación de Enfermedades Mentales de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), y por otra, se da a conocer
oficialmente el SIDA como una enfermedad altamente contagiosa y relacionada a
los homosexuales, bautizada por la prensa americana como la “Peste Gay”, provocó
una tremenda homofobia y, a su vez, aplacó en cierta medida las marchas que
pretendían legitimar dicha orientación sexual a través del acceso a cargos
públicos de personas con tal inclinación.
Así,
la homofobia es parte del proceso histórico de la homosexualidad, por lo que
siendo herederos de una mentalidad donde existen marcadas diferencias entre el
varón y la mujer en cuanto a sus roles sexuales, era lógico rechazar y generar
hostilidad a lo que en una misma condición orgánica (masculino o femenino) resulta
opuesto psicológicamente y –con el discurso del miedo a través VIH– altamente
peligroso. En el Perú, el primer caso de SIDA fue diagnosticado en 1983 por
Raúl Petroco, y los médicos concluyeron que esta enfermedad se produjo en el
país debido a varones homosexuales que vivían en el extranjero. Otros casos nativos
se registraron posteriormente en gays que residían en la ciudad de Lima. Lo que
restaba aprobación frente a dicha comunidad que ya desde 1978 se identificaba
con la bandera del arcoíris que inspiró los festivales y marchas del orgullo en
todo el mundo.
Pocos
años después, la Carta Pastoral de 1986 aprobada por el papa Juan Pablo II en
Roma, donde se cuestiona la actividad homosexual independientemente de las
acciones generosas de sus protagonistas, terminó por reducir las intenciones de
un movimiento homosexual en el país pese al gobierno democrático de Fernando
Belaúnde Terry. A esto se apilaron los homicidios perpetrados por Sendero
Luminoso desde 1986 y la política del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru
(MRTA) que afecto a los homosexuales. Hay quienes manifiestan que el 6 de
agosto de 1986 asesinaron a diez homosexuales en Aucayacu y el 12 de septiembre
de 1988 ametrallaron a ocho en Pucallpa, otras víctimas fueron prostitutas y drogadictos.
Las
torturas de los terroristas a mujeres y homosexuales se puede referenciar con
el testimonio No. 456739 de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, donde
una declarante –secuestrada por PCP-SL– en 1991 narró lo siguiente: “Ahí veía cómo los senderistas les cortaban
los senos y les metían cuchillo por la vagina a las mujeres que supuestamente
habían sido infieles a sus maridos. A los homosexuales les cortaban el pene en
pedazos antes de matarlos. Ahí me pidieron que acuchille a dos chicas y a un
señor, yo no pude hacerlo porque me desmayaba”. Naturalmente, un dietario
de odio, persecución, humillación, violación de derechos y aversión contra los
homosexuales en diferentes frentes, originó conmoción en aquellos sectores
impulsando la voz de protesta que hoy escuchamos en las plazas a nivel nacional,
dirigiendo en las últimas décadas aquel forzado silencio al clamor en las
calles.
La
población en general se encontraba sujeta a estas visiones compartidas en el
mundo, por lo tanto, la homosexualidad no solo producía indignación también era
denigrada. La indignación la podemos observar a partir de las reflexiones del
historiador Pablo Macera cuando afirma que “los
peruanos hemos aprendido a reemplazar la indignación por la risa”, y entre
los temas que codificamos escarnecedoramente destacan “los cholos, la homosexualidad y, fuente inagotables del humor peruano
de los últimos años: la política o, para ser más precisos, los políticos”
(Vargas, 2001); y, la denigración, a través del famoso “Plan Verde” de 1993 que
marcó la dictadura de Alberto Fujimori.
Precisamente,
aquel documento –estudiado por el periodista Carlos Gamero Esparza– pretendía
una política de exterminio, no en vano se produjeron las esterilizaciones
forzadas; como Gamero indica en su artículo: “Por allí se decía que el mandatario de turno pretendía acabar con las
razas autóctonas… no faltaban, por cierto, otras modalidades de exterminio (de
gente indeseable) donde las víctimas eran también consideradas como excedentes
poblacionales nocivos (prostitutas, enfermos de SIDA, enfermos mentales,
homosexuales, drogadictos, delincuentes comunes, narcotraficantes, indigentes,
terroristas, gente presa por diversos motivos, ancianos de asilos, etc.)”
(2008: 9). Aproximándonos a un entorno de miedo, odio y remordimiento.
A
pesar de que en 1982, el político y economista peruano Oscar Ugarteche fundó el
Movimiento Homosexual de Lima (MHOL), la primera marcha masiva del Orgullo LGTB
(Lésbico, Gay, Transexual y Bisexual) se realizó en el año 2002 demandando la
legalización de la igual de los derechos en amplio sentido. Ciertamente, hubo
otras manifestaciones pequeñas a mediados de la década del ’90, sin embargo se
caracterizaban por el temor y la timidez. No obstante, aquellos plantones
realizados en la Plaza Francia y el Parque Kenedy de Miraflores en Lima, pronto
se volvieron en movimientos periódicos a nivel nacional.
Iniciando
el nuevo siglo, surgieron varias organizaciones como el Frente por el Derecho
de ser Diferente (FREDIF) o la Red Peruana LGTB, que se sumaron a la lucha bajo
el lema orientador de la primera marcha “Por
una Constitución que nos incluya”. Evidentemente, estas manifestaciones han
evolucionado al igual que su impacto, pero los objetivos parecen estar
dispersos, la lucha de algunos es por su desenvolvimiento sin discriminación,
mientras la discusión actual se centra en la “Unión Civil”, es decir el
matrimonio homosexual.
Estas
aproximaciones que se circunscriben en el marco teórico de la diversidad
sexual, nos han permitido identificar los siguientes momentos históricos en la
lucha de los homosexuales: primero, visibilizar su opción sexual, luego, lograr
la tolerancia en la sociedad a fin de buscar la igualdad de oportunidades y,
por último, el enlace matrimonial y la adopción de hijos. En conclusión, la
lucha radica en establecer derechos a un sector que se siente agredido,
vilipendiado, quebrado en el ejercicio de su ciudadanía, es decir, sienten que
se les niega sus derechos civiles como personas.
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Si
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